Escuchábamos
esta misma mañana los comentarios, las opiniones de las personas que
estaban siendo encuestadas en la calle y con dos solo preguntas a las
que responder: ¿Para qué sirven los mítines de los partidos
políticos? ¿Cambiará usted su voto después de asistir a alguno de
ellos? Ninguno ha dudado la respuesta y todos, no mayoría, todos,
han asegurado que a ellos no les sirve de nada. Es más, algunos han
ido más lejos en su calificación y han asegurado que es un dinero
invertido inútilmente en reunir a unos cuantos cientos o miles de
incondicionales para decirles lo que ya conocen más que de sobra.
Entienden, eso sí, que como imagen que vender a sus contrincantes
políticos puede ser positiva para amedentrarles de cara a sus
respectivos apoyos en las próximas elecciones. Naturalmente, la
opinión de las empresas que se dedican a estos menesteres, que se
juegan mucho dinero en caso de que los partidos políticos se negaran
a convocar estas citas en las plazas de las ciudades, es del todo
contraria. Éstas entienden que cuantos más mítines se convoquen
mejores posibilidades tendrán sus clientes de obtener más votos, y
nosotros entendemos que es una forma legal de facturar. Por supuesto,
capacitados para calificar de inútiles estos encuentros en la última
fase no estamos, pero sí para asegurar, coincidiendo con la opinión
de los encuestados, que se han magnificado en exceso con fines
exclusivamente económicos.
A
la calle hay que llegar con programas viables y habiendo superado la
desventaja que arrastran los políticos ante la ciudadanía, y que no
es otra que su falta de credibilidad. A nosotros nos llegan cantos
angelicales sobre el empleo, la mejora económica, el estado de
bienestar, la erradicación de la pobreza, pero la realidad es la que
es y en esas estamos, a la espera de que se cumplan las promesas que
nos hicieron en las anteriores citas electorales, y en las anteriores
de las anteriores… O cuando nos prometen, incluso por escrito, una
serie de mejoras de gran calado social para luego donde dije digo,
digo Diego. Estas circunstancias tan concretas han sido fundamentales
para que la gente, la ciudadanía, hace tiempo que se divorciara de
sus políticos y los califique en general de mentirosos. Además, por
si faltaba algo de aliño a la ensalada, los corruptos, que son esos
políticos que a lo largo de su estancia en sus respectivos cargos,
han trabajado exclusivamente para atracarse de dinero, de robar todo
lo que le ha sido posible hasta que han sido cazados, aumentan por
días y solo escuchamos que están dispuestos a parar la corrupción
en cuanto lleguen al poder. De hecho, la tibieza en la calificación
que hacen del comportamiento de sus compañeros de partido aviva el
sentimiento de rechazo por parte de la ciudadanía, que comprueba
cómo estos canallas siguen en su gran mayoría en la calle,
gastándose el dinero de todos a la espera de un juicio que parece no
llegar nunca y que, una vez conocida la sentencia, no suele calmar
los ánimos de nadie.
A
nosotros lo que nos llama la atención con respecto a los mítines
que hoy compartimos con ustedes, y no estamos solos, es la capacidad
de los oradores para esconder sus propias mentiras. Mienten como si
no lo hubieran hecho nunca, con ansia, compulsivamente y con una
destreza propia de quienes han recibido clases concretas sobre cómo
superar sus propias mentiras en público, un arte que debe ser muy
difícil y que ellos, repetimos, superan con sobresaliente. Por
supuesto, claro debe quedar que no todos los políticos responden a
las mismas coordenadas, ¡menos mal!, y que las excepciones lo único
que hacen es confirmar la regla. Ustedes mismos.