Por
muchas vueltas que le demos a los asuntos ligados al tráfico, y les
aseguramos que pueden ser muchos, y las responsabilidades cómo y por
quiénes deben ser compartidas, todos coinciden finalmente en uno
solo: el conductor o la conductora. Así de sencillo o de complicado,
como prefieran ustedes. Sí, porque ya se trate de unos neumáticos
desgastados, de una puesta a punto deficiente o inexistente, de
velocidad, de uso y abuso de alcohol y drogas, etc., etc., la
responsabilidad del accidente es de quien, entre sus obligaciones,
tiene la de cuidar el coche que usa y no menos la de mantenerse
completamente lúcida cuando conduce. Lo de subirse al vehículo,
arrancarlo y conducirlo suponen obligaciones concretas que, incluso
no siendo conocidas, no nos eximen de responsabilidad. Por ejemplo,
una que no nos gusta nada, que nos obliga a detenernos de vez en
cuando y aproximar nuestro vehículo a un surtidor de combustible, la
conocemos más que de sobra y nadie nos dijo que sería así hasta
que el coche dejara de funcionar. Y del resto de funciones que
nuestro automóvil necesita también sabemos y mucho; lo que ocurre
es que no siempre encontramos tiempo para someterlo a una revisión
de las conocidas como rutinarias o bien que la cosa del dinero no va
bien en esos momentos. Dependa de lo que dependa, lo ineludible es
aceptar que la merma de posibilidades de nuestro vehículo limitan
nuestros movimientos y que su uso está condicionado por completo al
estado del aceite del motor, o de los neumáticos, o del alumbrado,
etc.
Desde
luego, lo increíble es que alguien quiera eludir su responsabilidad
asegurando que no sabía de este tipo de dedicaciones y menos aún de
que de vez en cuando, justo coincidiendo con un número concreto de
kilómetros recorridos, es inexcusable acudir en busca de un
profesional de la mecánica para que nos informe de su estado y de
las necesidades concretas que demanda con respecto a su mejor
mantenimiento. En este punto, cuando se trata de que nuestro
automóvil se encuentre en perfecto estado, recordemos que en ello
nos puede ir la vida: unos frenos descompensados o que no hacen bien
su trabajo, unos neumáticos mal inflados o en estado peligroso para
que sigan rodando, por ejemplo, suelen aparecer con mucha frecuencia
en los atestados de la Guardia Civil en los accidentes que controlan.
Y luego está el conductor o conductora, esa figura concreta que
viene a ser el centro de nuestro comentario de hoy, porque es quien
lo pone en movimiento y lo conduce por ciudades y carreteras. En este
caso, todo lo que tenga que ver con la responsabilidad está unido a
una conducción adecuada, no consumir ningún tipo de drogas y de ser
consciente de lo que lleva entre sus manos.
Por
lo tanto, y por aquello de resumir, teniendo en cuenta que es el
conductor habitual o el dueño del vehículo quien decide el uso y
disfrute de él, quien debe mantener un seguimiento técnico que en
todo momento decidirá lo mejor para él, no parece complicado hallar
el responsable o culpable. Y precisamente de todo esto, del sentido
común del conductor, del mantenimiento del automóvil y del cuidado
del conjunto, depende en última instancia la vida de los usuarios
que coincidan con él, ya en ciudad, ya en carretera. La segunda
oportunidad existe y hay que saberla aprovechar. Perder el tiempo
cuando conocemos las consecuencias que nos obligan a ser
determinantes, suponen un riesgo añadido de consecuencias
imprevisibles.