lunes, 6 de junio de 2016

PONER LOS PIES EN EL SUELO

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Ha durado lo suficiente como para que no se nos olvidara y así ser compartido por miles de personas. Ha sido lo suficientemente intenso como para ahondar en la vida de millones de ellas que son tan españolas como nosotros y que pasan por momentos realmente difíciles, porque lo de levantarse y asumir el no tener trabajo ni modo de vida, ya ni siquiera digno, con el que sobrevivir debe ser realmente duro. Se trata de lo que se ha vivido después del partido entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid, que ha ido más allá de la simpleza de un encuentro de fútbol en el que invariablemente debe haber un ganador, puesto que se trataba de una final. Han sido cientos los mensajes que hemos tenido oportunidad de ver y leer en los que su contenido era comparar el llanto de los aficionados de uno de los equipos, desolados por la pérdida de la copa de Europa, y la imagen de quienes en esos instantes buscaban en los contenedores algo de comida que llevar a casa. Mientras unos lamentaban el fallo de un futbolista cuando lanzó el penalti que les dio el triunfo a sus contrincantes, otros se enfrentaban, un día más, a su mala suerte. Y es que eso de mirar la basura que encuentran en la calle anticipándose a la llegada de las brigadas de limpieza en busca de alimentos que aprovechar, debe ser no solo vejante por demás, sino injusto ante un tribunal que impartiera justicia social. Por eso, en la comparación que se hacía entre las lágrimas de un forofo futbolero y un pobre que busca algo que llevarse al estómago, no tiene relación alguna. Recordemos que los primeros habían invertido una buena suma de dinero para estar allí, en Milán, y seguro que después del berrinche cenarían y descansarían en un hotel hasta la llegada del día siguiente para volver a casa. El otro protagonista, además de no disponer de algo tan elemental como son los alimentos básicos que necesita una persona para nutrirse, lo más probable es que volviera al colchón que esconde entre arbustos en cualquier jardín de la ciudad o debajo del puente que lo cobija desde hace años.

Aprovechar estos días de elecciones y hacer llegar al resto del mundo una realidad que nos acobarda y nos quita el sueño, no solo es bueno, sino reparador para quienes esperan que se imponga finalmente la justicia social como elemento imprescindible para la convivencia. Lo peor de una situación tan espeluznante como injusta es que los que pueden y deben solventar una crisis tan dura, insistan en continuarla, en alargarla en el tiempo, como si se tratara de una gran mentira. Sin embargo, la suya, su mentira, sí que nos embarga en una inquietud que cada vez controlamos peor. Solo hay que oírlos en cualquier mitin o entrevista periodística, especialmente estos días prelectorales, para convencernos de que no viven la realidad del país y no conocen que muchos de sus habitantes están sumidos en una profunda tristeza. Así, escuchamos permanentemente cómo desmienten que en España encontremos personas que pasan hambre física sin que nadie, desde las instituciones del Estado, les eche una mano.

Mañana tenemos previsto diseccionar el Informe de Cáritas que acaba de llegar a los medios de comunicación. Los datos que aporta, cómo los valora y el hecho de estar al pie de calle para empaparse de la realidad de los ciudadanos lo impregna de sentido común, todo lo contrario que vemos entre la clase política, empeñada como está en sus cosas, en sus particulares problemas, en definitiva, en conseguir que les votemos. Y esto es precisamente lo que les enviamos en forma de mensaje: en la mesa electoral nos veremos.