El
alzheimer es una enfermedad que arrasa con todo lo que encuentra por
delante. Primero, con la persona que la padece, a la que somete a una
pérdida continuada de su consciencia, dándose casos en los que
pierden la memoria de manera tan radical, que ni siquiera recuerdan
andar. Segundo, a la persona o personas que deben hacerse cargo de
ellas, porque a partir del instante en el que son conscientes de que
el alzheimer se ha apoderado del ser querido se inicia un camino sin
retorno del que suelen acabar tocados física y psíquicamente. Por
eso la figura del cuidador o la cuidadora (especialmente hoy, día
mundial del alzheimer), debía ser ensalzada como persona y no menos
calificada por nuestros gobernantes como imprescindibles a lo largo
del tiempo en el que están dedicadas, las veinticuatro horas del
día, al cuidado del dependiente. No conocen el descanso, pierden el
sueño, abandonan el papel social que han tenido hasta ese momento,
se enclaustran en sus domicilios y casi no ven la luz. Son ellas y
ellos los verdaderos héroes de las miles de historias que sabemos
les ha tocado vivir y que aceptan con una sumisión y comprensión
digna de admiración.
Por
eso, cuando el Gobierno de la nación decidió acabar con las ayudas
que hasta ese momento recibían por atender, en general, a los
dependientes, se nos vino el cielo encima. Y a ellos no digamos,
porque a partir de ese instante las necesidades familiares se
incrementaron básicamente debido a la falta de dinero que genera la
atención al enfermo. Mientras disfrutaron de un sueldo y su
inscripción en la Seguridad Social, al menos tenían la tranquilidad
de que a final de mes recibirían lo pactado. Achacándole a la
dependencia casi todos los males económicos que padecía España, el
Gobierno sencillamente les cortó los grifos abiertos hasta ese
momento y se inició un calvario de proporciones descomunales del que
aún no han salido y que no parece que se vea luz suficiente al final
del túnel como para tener algo de esperanza. Así, mientras personas
vinculadas con tramas políticas de corrupción cobrarán
mensualmente más de siete mil euros por acudir al Senado de la
nación, las que tienen que vérselas diariamente con los
dependientes y con escasos recursos, viviendo en la miseria. Es la
ley del embudo que este Ejecutivo nos ha colocado como ejemplo de lo
que debe ser la solidaridad bien entendida.
Los
enfermos que dependen de cuidadores merecen no solo nuestra mayor
consideración, sino las ayudas que justifique su estado. Los
controles, baremos o parámetros que se habilitaron por parte de
nuestros gobernantes para valorar, dicen que justamente, a quienes
solicitaban ayudas económicas, no solo han demostrado su preocupante
falta de sensibilidad, sino una clara intención de dejar en la
cuneta a la mayoría, que no otra cosa ha ocurrido en realidad. De
hecho, miles han sido los enfermos que han fallecido sin haber tenido
ocasión de recibir el dinero que solicitaban para mantener la ayuda.
Y otras tantas miles son las denuncias que los enfermos mantienen
vigentes en contra del Estado ante su falta de consideración y su
nula respuesta a su demanda. Desde luego, conociendo las decisiones y
la falta de empatía que este Gobierno ha mostrado hasta ahora a
asunto tan importante, mucho nos tememos que escasa será su
dedicación y aún menos su aportación. Es lo que hemos dicho antes,
que mientras unos y otros han descapitalizado al país llevándose el
dinero de todos, los que de verdad lo necesitan observan el ir y
venir de sobres y maletines sin poder hace nada.