jueves, 22 de septiembre de 2016

MUERTE EN EL MEDITERRÁNEO

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De acuerdo con los datos aportados por la ONU, trescientos mil migrantes han cruzado el Mediterráneo hasta llegar a Europa en lo que va del año 2016. No sabemos si será porque están contentos los que controlan estos datos o porque ya no quedan más personas por salir de sus países de origen, el caso es que, comparados estos números con los obtenidos el año pasado, comprobamos que son menos, ya que en 2015 alcanzaron las costas europeas más de quinientas mil personas en el mismo período de lo que va de éste. Pero hay que añadirle un dato que por sí mismo representa un fracaso para el resto del mundo, puesto que 2016 se ha convertido en el año que más personas han fallecido durante la travesía. Declaraciones, reuniones del más alto nivel, encuentros de todo tipo con el mismo objetivo de echar una mano a tanta gente desplazada que malvive en ciudades de lona, pero sin resultados. La gente sigue muriendo en el mar delante de nuestras narices y solo la entrega de los integrantes de las organizaciones no gubernamentales palia en parte la suerte de estos migrantes.

El resto del mundo, además de exasperarse por tanta injusticia, debía activarse y presentar batalla ante las instituciones que tengan más cerca e intentar hacer cambiar la perspectiva que en general tenemos de este macabro asunto. Por lo que nos cuentan los ONG’s implicadas en resolver este problema, pocos hemos sido los que hemos depositado nuestro óbolo que les facilite el trabajo a ellas y ellos y de esta forma desenvolverse en un caos de la mejor forma posible. Sin embargo, ni Cáritas ni Cruz roja, ni ACNUR, ni Manos Unidas ni el resto de las organizaciones conocidas han recibido, no ya la ayuda directa de los ciudadanos, que debería aumentar significativamente si lo que de verdad deseamos es que acabe cuanto antes esta sangría, sino la del Estado, que ni actúa incorporando al censo nacional a los desplazados a los que se comprometió a recoger, ni aporta el dinero necesario para que las personas que allí trabajan se vean mermadas cuando de mejorar su trabajo se trate.

En Italia y Grecia, los dos países que reciben la mayoría de desplazados, se han detectado dos tendencias claramente diferenciadas: si el número de migrantes llegados a las costas italianas se parece al alcanzado a lo largo del período anterior, que fue de un poco más de ciento treinta mil en 2016 y ciento treinta y dos mil en 2015, en Grecia el número se ha reducido en nada menos que un cincuenta y siete por ciento. Desde el mes de marzo, que fue cuando la Unión Europea y Turquía acordaron un programa que redujera los flujos migratorios, las llegadas se han reducido de manera considerable. Y se entiende si sabemos que para ello se creó una rígida frontera, cuando por este trabajo Turquía recibe miles de millones de euros, por lo que se justifica que, efectivamente, se haya reducido el número de las personas que llegan hasta Europa, pero ¿a costa de qué? Pues sencillamente de ser arrinconados en los pabellones que se han creado al efecto en los cinturones de las ciudades en los que malviven y mueren, unas veces por inanición y la mayoría por las infecciones que contraen, especialmente los niños, que son los auténticos protagonistas de esta macabra historia.

Ojalá encuentren pronto la solución que espera el mundo. En realidad, para nada estamos convencidos de que lo consigan, pero al menos nos queda la ilusión.