De
acuerdo con los datos aportados por la ONU, trescientos mil migrantes
han cruzado el Mediterráneo hasta llegar a Europa en lo que va del
año 2016. No sabemos si será porque están contentos los que
controlan estos datos o porque ya no quedan más personas por salir
de sus países de origen, el caso es que, comparados estos números
con los obtenidos el año pasado, comprobamos que son menos, ya que
en 2015 alcanzaron las costas europeas más de quinientas mil
personas en el mismo período de lo que va de éste. Pero hay que
añadirle un dato que por sí mismo representa un fracaso para el
resto del mundo, puesto que 2016 se ha convertido en el año que más
personas han fallecido durante la travesía. Declaraciones, reuniones
del más alto nivel, encuentros de todo tipo con el mismo objetivo de
echar una mano a tanta gente desplazada que malvive en ciudades de
lona, pero sin resultados. La gente sigue muriendo en el mar delante
de nuestras narices y solo la entrega de los integrantes de las
organizaciones no gubernamentales palia en parte la suerte de estos
migrantes.
El
resto del mundo, además de exasperarse por tanta injusticia, debía
activarse y presentar batalla ante las instituciones que tengan más
cerca e intentar hacer cambiar la perspectiva que en general tenemos
de este macabro asunto. Por lo que nos cuentan los ONG’s implicadas
en resolver este problema, pocos hemos sido los que hemos depositado
nuestro óbolo que les facilite el trabajo a ellas y ellos y de esta
forma desenvolverse en un caos de la mejor forma posible. Sin
embargo, ni Cáritas ni Cruz roja, ni ACNUR, ni Manos Unidas ni el
resto de las organizaciones conocidas han recibido, no ya la ayuda
directa de los ciudadanos, que debería aumentar significativamente
si lo que de verdad deseamos es que acabe cuanto antes esta sangría,
sino la del Estado, que ni actúa incorporando al censo nacional a
los desplazados a los que se comprometió a recoger, ni aporta el
dinero necesario para que las personas que allí trabajan se vean
mermadas cuando de mejorar su trabajo se trate.
En
Italia y Grecia, los dos países que reciben la mayoría de
desplazados, se han detectado dos tendencias claramente
diferenciadas: si el número de migrantes llegados a las costas
italianas se parece al alcanzado a lo largo del período anterior,
que fue de un poco más de ciento treinta mil en 2016 y ciento
treinta y dos mil en 2015, en Grecia el número se ha reducido en
nada menos que un cincuenta y siete por ciento. Desde el mes de
marzo, que fue cuando la Unión Europea y Turquía acordaron un
programa que redujera los flujos migratorios, las llegadas se han
reducido de manera considerable. Y se entiende si sabemos que para
ello se creó una rígida frontera, cuando por este trabajo Turquía
recibe miles de millones de euros, por lo que se justifica que,
efectivamente, se haya reducido el número de las personas que llegan
hasta Europa, pero ¿a costa de qué? Pues sencillamente de ser
arrinconados en los pabellones que se han creado al efecto en los
cinturones de las ciudades en los que malviven y mueren, unas veces
por inanición y la mayoría por las infecciones que contraen,
especialmente los niños, que son los auténticos protagonistas de
esta macabra historia.
Ojalá
encuentren pronto la solución que espera el mundo. En realidad, para
nada estamos convencidos de que lo consigan, pero al menos nos queda
la ilusión.