jueves, 29 de septiembre de 2016

LA DECENCIA ENTRE LA CLASE POLÍTICA

Imprimir

En general, aunque muy especialmente de modo personal, todas y todos deberíamos vigilar con especial cuidado y mimo el asunto de la decencia. Cierto que si se tratara de algo asumido y compartido mayoritariamente, ni siquiera hubiéramos conocido grandes obras de la literatura relacionadas con el tema. De hecho, muchas de las que hemos conocido a través de series televisivas, de películas o de libros, e incluso las que hayamos podido vivir de cerca, sencillamente no existirían. Por lo tanto, quizás no ha sido bueno del todo el que la decencia fuera algo genético. Lo que sí queremos dejar claro es que las personas con cargos de responsabilidad, con poder decisorio, deben hacer gala, y, si es necesario, firmar públicamente la asunción de sus responsabilidades con las personas a las que se debe, de una absoluta decencia en la totalidad de las decisiones que tomen y no menos caer en la tentación de quedarse con lo que no es suyo. Y aquí queríamos llegar, es decir, estamos a tal nivel de mangantes por metro cuadrado en España, que habría que contar a los que quedamos sin meter la mano en lo que no es nuestro para conocer con rigurosidad el número de los que se han enriquecido con dinero público. Por el momento, sumados los investigados que encontramos en Andalucía y en el resto del país, en donde destaca el Levante español y Madrid, vemos que el robo, presuntamente, ha sido sencillamente vergonzoso y mantenido a lo largo de los años. En el caso de nuestra tierra, atendiendo a las últimas noticias que nos llegan desde la Fiscalía Anticorrupción, que ha aconsejado que se archive la causa abierta por los cursos de formación porque no han encontrado causas justificadas suficientes para detectar condenados, parece que poco a poco se van aclarando las responsabilidades políticas. Eso sí, luego que hayan sido imputados los expresidentes Chaves y Griñán. En cuanto a los otros casos, no parece que los jueces que conocen las causas estén dispuestos a detener los procesos. Es el tema de las tarjetas de Caja Madrid ahora Bankia, que ha obligado al fiscal a responder a los abogados defensores de los encausados que, por mucho que se empeñen en que se declare juicio nulo, no lo van a conseguir. O la insistencia de la jueza que lleva el caso de los ordenadores del señor Bárcenas, que ha mostrado coherencia en cantidad suficiente como para no amedrentarse ante la presión política que seguro recibe.

Es evidente que la indecencia entre la clase política es una auténtica pandemia que recorre a sus anchas el territorio nacional arrasando lo que encuentra a su paso cual caballo de Atila, el rey de los Hunos, que donde pisaba no volvía a crecer la hierba. No obstante, dejar claro que se mantienen las excepciones y que somos conscientes del daño que este tipo de bochornosos comportamientos ejercen sobre el resto de compañeros de partido. Son ellas y ellos los que exigen a sus respectivas organizaciones que apoyen incondicionalmente un pacto nacional contra la corrupción que no acaba de llegar y que, ejemplos como el de Rita Barberá, a la que se le ha permitido que ocupe un sillón en el Senado y que disfrute de un sueldo escandaloso para el trabajo que desarrolla, y más teniendo en cuenta cómo estamos la mitad de los españoles, no ayudan precisamente a calmar sus legítimas exigencias ni tampoco las nuestras. Y como entre nosotros lo de generalizar es algo muy común, lo de calificar sin control ni conocimiento a quien se nos ponga por delante, resultan que acaban pagando personas que tienen a sus espaldas un expediente de rectitud y de honestidad que para sí quisieran los ahora encausados. Quizá el único error que hayan cometido ha sido el de implicarse en política y hacerlo por sus vecinas y vecinos, convencidos de que su intervención les mejorará la vida. Quizá sería mejor que optáramos por acudir a un juzgado a denunciar lo que entendemos es un abuso de nuestros gestores. Cualquier cosa antes de elegir el camino fácil de la crítica. Haremos bien.