Entre
los conductores, lo normal es que cambiemos de actitud a peor justo
en el instante que nos ponemos al volante de nuestro automóvil. Eso
ya lo sabemos; lo que no hemos sido capaces de entender aún son las
razones que nos llevan a aparecer ante los demás como unos
ineducados. A veces es suficiente que el conductor que tenemos detrás
nos toque la bocina en el momento en el que el semáforo ha pasado de
rojo a verde para increparlo sin piedad; o el que acelera cuando
pretendemos adelantarle o bien el que se nos pega detrás de nuestro
vehículo y nos presiona para que aumentemos la velocidad, para lo
que usa las ráfagas de los faros y la bocina. A partir de ese
momento y mientras se mantenga a nuestro lado este usuario, acabamos
de crearnos un enemigo al que batir tomando peligrosas decisiones
para conseguirlo. Está claro que las injustificadas prisas de
algunos y la incomprensión de otros influyen claramente en algunas
de las peligrosas situaciones que podemos ver en cualquier ciudad que
tenga algo de tráfico rodado por sus calles. Es de agradecer, por lo
tanto, la actitud de quienes aportan control sobre sí mismos cuando
conducen, o los que aceptan que el resto de usuarios no tienen las
mismas condiciones técnicas que ellos y que hay que darles margen, o
los que asumen que los que circulan delante de ellos no tienen por
qué tener prisa y menos saltarse los límites de velocidad…
La
realidad es que en el interior de nuestro vehículo parece que
perdemos el control y dejamos la educación y el buen gusto justo en
el lugar en el que lo teníamos aparcado. Es como si el habitáculo
nos aislara del resto del mundo y esta sea la causa de nuestra
inexplicable transformación, olvidándonos que la circulación es un
hecho social y que los valores que deben estar por encima no son
otros que la convivencia y el respeto. Naturalmente, cometeríamos un
error si nos olvidáramos de la importancia que tiene en este cambio
de carácter el estado emocional del conductor, que si es bueno o
aceptable y contamos con un buen nivel de atención, seguro que la
mayor parte de los factores externos que nos alteran y que pueden
acabar siendo causa de accidente los controlaremos con seguridad.
Corroborando estas opiniones de los especialistas, sepan ustedes que
está más que demostrado que las personas agresivas son las que en
mayor número aparecen en los accidentes de tráfico.
Aceptamos
que te moleste, te cabree y te altere la actitud de algunos usuarios,
como sería el caso de algunos ciclistas, o los que no tienen por
costumbre usar las intermitencias, o los que entran y salen de las
rotondas como les viene en gana… Asumir que no estamos solos en el
uso y disfrute de las calles y las carreteras, que con nosotros
circulan personas que quizás deberían plantearse seriamente sus
respectivos comportamientos al volante, mejor para nuestra
estabilidad psíquica e incluso física, porque el estrés también
acaba pasándonos factura. No se trata de ir por ahí evangelizando a
nadie y menos de enseñar al que supuestamente no sabe, aunque sí de
no perder el control porque a alguien se le ocurra maniobrar con
peligro en nuestra presencia. Si nos vemos inmersos en situaciones de
peligro y creemos que el ejecutor de ellas merece un correctivo, la
denuncia es el recurso lógico y legal. No lo duden: denuncien.