Entrar
en política, especialmente en un patio tan revuelto, sería una mala
decisión. Y más siendo conscientes de que los que en nuestro
comentario se vean reflejados se encargarán de repostar medios y
esfuerzos para dedicarnos algunas de sus más incisivas críticas,
que les podemos asegurar son tan feroces y lerdas como los que las
firman. En eso, ciertamente, sí que hemos evolucionado: en
especializarnos en repartir bofetones a diestro y siniestro y a
menospreciar a quienes no anden en nuestra cuerda ideológica. O sea,
si no estás conmigo es evidente que estás en contra de mí. Debe
ser cosa de las enfermedades propias de una sociedad desganada,
alienada y escasamente formada para los asuntos de la razón, porque
de otra forma no se entienden las situaciones, tan variopintas como
absurdas, que discurren a nuestro alrededor. Naturalmente, todas
desde los mismos frentes y todas también con dardos envenenados
capaces de herirte de muerte como andes descuidado y tengas el
antídoto lejos. Sin embargo, negar la evidencia es tan absurdo como
ridículo; lo mismo que cuando te cogen con las manos en la masa y
juras y perjuras que no eran las tuyas. Más o menos eso está
ocurriendo entre la clase política, en toda la clase política, y
sálvese el que pueda, que en su día se excedieron en la cosa del
celo por el dinero que no era suyo y ahora ya ven, todos y todas ante
los jueces en busca de sentencia. De hecho, este mes será
especialmente crucial para los partidos y las personas que, en la
suma total, parece han tenido más querencia con el dinero de todos.
Y es que este mes, conocido ya en el mundo de la información como
octubre negro, es muy probable que acabe con algunos de los acusados
en la cárcel, aunque, siendo realistas, pocas posibilidades existen
de que esto sea así por muchas pruebas y muchos delitos contrastados
que se les endilguen. Con la actual legislación sobre la mesa y la
presión política que pesa sobre sus cabezas, jueces y fiscales
tienen las manos atadas para condenar como merecen a quienes sacaron
los pies del tiesto y decidieron escoger el camino de en medio para
enriquecerse en poco tiempo.
Eso
sí, la situación es tan irreal, tan importante para los intereses
del país, que cada vez estamos más convencidos de que, si la
totalidad del dinero robado volviera a sus lugares de origen, la
crisis mundial que compartimos desde 2008 hubiera tenido otro suma y
sigue. De entre las perlas más ensangrentadas que nos hemos
encontrado en el camino, el hecho de que parte del dinero prestado a
algunas de las entidades de crédito necesitadas de liquidez,
concretamente más de veinticinco mil millones de euros, tienen el
sello de irrecuperables. Mientras, lo podemos ver, los responsables
de tamaño desastre entran y salen de los juzgados casi a diario y,
luego de años de idas y venidas, siguen disfrutando de libertad a
tiempo total. Eso sí, como se nos ocurra a cualquiera de nosotros
cometer delito menor, se nos vendrá encima sentencia en forma de
armario de seis puertas. Y es que, a decir de los propios intérpretes
de los textos legales por los que se rigen los juzgados y desde los
que se imparte justicia, en nuestro país cualquier delito que supere
los mil euros hace temblar los cimientos judiciales.
Justificado
queda, creemos, las razones que nos impiden entrar en política y sus
detalles. Al fin y al cabo, son cada vez más los que aceptan la
corrupción como algo inevitable. Y buena muestra de ello son las
encuestas sobre intención de voto que se publican. Así las cosas,
¿a qué meternos en berenjenales? Es más, ¿qué hacemos analizando
situación tan extraña como la que vive nuestro país desde el
pasado 20 de diciembre? Pues eso.