martes, 18 de octubre de 2016

AYER, DÍA DE LA ERRADICACIÓN DE LA POBREZA

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Ante la dejadez e inoperancia con la que actúa, en general, la clase política, asegurar que se ha deteriorado por completo, que ya no responde a las características para las que se crearon partidos políticos y organizaciones sindicales, es lo mismo que afirmar que le importa un pito el bien común, precisamente el objetivo por el que se supone acceden al poder y para el que se les ha dotado de medios de todo tipo, incluido el económico. Si no, nos costaría entender que ante sus narices y debido precisamente a su inoperancia, haya aumentado en cincuenta mil personas el número de las que viven con menos de 300 euros al mes. Es más, en Andalucía, un ocho por ciento son pobres de solemnidad. Además, por si le faltaba la guinda al pastel, sepan ustedes que también ha aumentado el número de familias que viven con menos de seiscientos euros al mes. Ayer conmemorábamos el Día de la Erradicación de la Pobreza, y ya ven ustedes cómo está el asunto solo en España, porque si recorremos el mundo el tema adquiere dimensiones monumentales. Extraña, con todo, el aparente estancamiento de las buenas intenciones que a este respecto mostraron la totalidad de los partidos en tiempo electoral y que han propiciado el mal estado de nuestra economía y muy especialmente la de quienes, como hemos dicho, malviven con unos cuantos cientos de euros al mes y cientos de desembolsos a los que atender; entre ellos, comer, que no es poca cosa.

Por el momento, asociaciones, organizaciones, sectas y claustros, Iglesia y Estado a lo más que han llegado es a mirar hacia otro lado descaradamente, como si con ellos no fuera una situación que, volvemos a repetir, no han creado los ciudadanos y sí las políticas que nos han colado y en las que destaca el trato de favor de recibe el empresariado en general, con leyes aprobadas pensando en su futuro y arropándolos con implantaciones como las leyes mordaza o la reforma laboral. Entenderán, por tanto, que a determinados ciudadanos les repatee la situación y les embarguen sentimientos poco recomendables cuando escuchan de parte de nuestros gestores que España va bien, que se ha mejorado la vida de millones de trabajadores y que al resto, a los que no han podido encontrar aún trabajo, el Estado les proporciona emolumentos que les permiten vivir con relativa comodidad. Eso sí, a ninguno de estos mentirosos compulsivos no solo no se les cae la cara de vergüenza, sino que muestran una actitud de convencimiento y seguridad que solo se entiende cuando conocemos su máxima más utilizada y asumida: una mentira repetida mil veces acaba convirtiéndose en verdad. Y así les va, mejor imposible, porque, con todo, aparecen como salvadores de una situación creada, organizada y controlada por ellos y de la que, además, han conseguido sacar rendimiento para sus intereses.

Lo que no llegamos a entender del todo es qué se puede hacer, qué demonios tenemos que convocar para que la sociedad elija el camino más corto y corte por lo sano. Una vez se ha conseguido hacer saltar en pedazos el mercado laboral de hace unos años y que nos permitía vivir con dignidad, una vez implantados los nuevos contratos de trabajo por horas, días, semanas o meses, ahora lo que buscan es que asumamos con total naturalidad el estropicio que han ejecutado ante nuestras narices y que guardemos silencio. Sin embargo, aunque han conseguido desviar la atención de la realidad, lo cierto es que siguen produciéndose desahucios, despidos de trabajadores, abusos empresariales insoportables, reducción drástica de los servicios a los que teníamos derecho… En definitiva, un caos de dimensiones preocupantes en unos momentos en los que todo parece estar sujeto con alfileres y del que, además, somos parte fundamental.