En el
arte de la comunicación, con todas las reservas que la evolución de
las nuevas tecnologías nos merece, está casi todo inventado. Y más
desde que llegaron los nuevos móviles y sus aplicaciones, que nos
permiten desenvolvernos no solo con eficacia, sino con una rapidez
sorprendente. Quién nos iba a decir que el fax, que fue un gran
invento de nuestros días, quedaría relegado a un rincón de la
oficina, y que en la práctica ha desaparecido, y se hayan impuesto
los “e-mail” como fórmula inmediata de comunicación con alguien
que se encuentra en Australia, por ejemplo. En ciudades como la
nuestra, con una densidad demográfica importante, los medios de
comunicación, primero, y luego las diferentes fórmulas existentes
de hacer llegar a la ciudadanía, a través de chillones altavoces,
el comercio que vende o que compra, además de fiestas patronales,
corridas de toros y partidos de fútbol o baloncesto, entre otros
acontecimientos, hacen lo que pueden para desarrollar su trabajo con
dignidad. Y por ese orden, porque su labor ordenada y cuidadosa, y
porque la importancia que se la da a la audiencia en los medios
conocidos no tiene parangón ninguno con el resto, nos permite
afirmar que es posible que no necesitáramos de otras formas más o
menos extrañas de hacer llegar el mensaje a quienes interesa. Pero
como todos tenemos derecho a existir y el sol sigue saliendo para
todos y todos los días, mejor lo dejamos como está.
En
nuestra ciudad, no hace tanto que se corrigió un sistema de
comunicación tan absurdo como sucio que vino a manchar nuestras
calles, plazas y avenidas, además de dañar, por ejemplo, un buen
número de árboles, y que consistía en pegar cartelería de todo
tipo y tamaño en paredes, cristales de comercios, fachadas y
farolas; en los árboles, lo que hacían era graparlos o clavarles
una punta. Afortunadamente aquella actitud fue controlada por quien
entre sus obligaciones oficiales tenía la de evitar estos sucios
abusos. Para ello aprovechó la idea de otros ayuntamientos, de
colocar en lugares estratégicos unos soportes capaces de albergar el
mensaje que queremos hacer llegar a la ciudadanía (que por cierto se
mantienen en su sitio), y se apoyó con el servicio de vigilancia que
realizaba un funcionario municipal recorriendo la ciudad e informando
a su superior de las anomalías que detectaba. La filosofía se
basaba en que la primera vez se informaba al infractor de la
existencia de un bando municipal en el que se prohibía
explícitamente tal abuso, y la segunda sencillamente se denunciaba,
lo que conllevaba una sanción económica. Y oigan, se consiguió
mejorar el aspecto de la ciudad.
Hasta
hoy, porque hemos vuelto a las mismas, es decir, a aprovechar los
espacios libres que tienen cerca los que se encargan de colocar
carteles y ensuciar nuestras calles autorizadamente, porque
comprobamos que hasta el mismísimo Ayuntamiento hace uso de las
farolas y coloca en ellas, atados con cuerdas y alambre, carteles de
sus acontecimientos patrocinados y organizados. Tampoco falta la
cartelería que llega hasta las rotondas, que es la culminación de
una flagrante mala gestión, al obligar a los usuarios de vehículos
a motor a dedicar su atención al dichoso cartel de turno. Si en su
día agradecíamos el trabajo y el control que ejercía Pedro
Alcántara, anterior concejal de Medio Ambiente de nuestro
Ayuntamiento, hoy hacemos todo lo contrario. Lo que no es de recibo
es que tengamos que soportar tanta presión ambiental a nuestro paso,
con lo que este detalle de mal gusto supone para la imagen que
queremos dar a propios y extraños. No obstante, convencidos de que
se trata de una situación pasajera y que será corregida en el menor
tiempo posible, quedamos a disposición de quien quiera ser
acompañado a comprobar en persona la situación que denunciamos. Eso
sí, por favor, que tenga capacidad resolutiva. Dejar para otro día
disparate tan terrible nos parecería un lujo de consecuencias
peligrosas.