miércoles, 19 de octubre de 2016

NO A LA ANDÚJAR SUCIA

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En el arte de la comunicación, con todas las reservas que la evolución de las nuevas tecnologías nos merece, está casi todo inventado. Y más desde que llegaron los nuevos móviles y sus aplicaciones, que nos permiten desenvolvernos no solo con eficacia, sino con una rapidez sorprendente. Quién nos iba a decir que el fax, que fue un gran invento de nuestros días, quedaría relegado a un rincón de la oficina, y que en la práctica ha desaparecido, y se hayan impuesto los “e-mail” como fórmula inmediata de comunicación con alguien que se encuentra en Australia, por ejemplo. En ciudades como la nuestra, con una densidad demográfica importante, los medios de comunicación, primero, y luego las diferentes fórmulas existentes de hacer llegar a la ciudadanía, a través de chillones altavoces, el comercio que vende o que compra, además de fiestas patronales, corridas de toros y partidos de fútbol o baloncesto, entre otros acontecimientos, hacen lo que pueden para desarrollar su trabajo con dignidad. Y por ese orden, porque su labor ordenada y cuidadosa, y porque la importancia que se la da a la audiencia en los medios conocidos no tiene parangón ninguno con el resto, nos permite afirmar que es posible que no necesitáramos de otras formas más o menos extrañas de hacer llegar el mensaje a quienes interesa. Pero como todos tenemos derecho a existir y el sol sigue saliendo para todos y todos los días, mejor lo dejamos como está.

En nuestra ciudad, no hace tanto que se corrigió un sistema de comunicación tan absurdo como sucio que vino a manchar nuestras calles, plazas y avenidas, además de dañar, por ejemplo, un buen número de árboles, y que consistía en pegar cartelería de todo tipo y tamaño en paredes, cristales de comercios, fachadas y farolas; en los árboles, lo que hacían era graparlos o clavarles una punta. Afortunadamente aquella actitud fue controlada por quien entre sus obligaciones oficiales tenía la de evitar estos sucios abusos. Para ello aprovechó la idea de otros ayuntamientos, de colocar en lugares estratégicos unos soportes capaces de albergar el mensaje que queremos hacer llegar a la ciudadanía (que por cierto se mantienen en su sitio), y se apoyó con el servicio de vigilancia que realizaba un funcionario municipal recorriendo la ciudad e informando a su superior de las anomalías que detectaba. La filosofía se basaba en que la primera vez se informaba al infractor de la existencia de un bando municipal en el que se prohibía explícitamente tal abuso, y la segunda sencillamente se denunciaba, lo que conllevaba una sanción económica. Y oigan, se consiguió mejorar el aspecto de la ciudad.


Hasta hoy, porque hemos vuelto a las mismas, es decir, a aprovechar los espacios libres que tienen cerca los que se encargan de colocar carteles y ensuciar nuestras calles autorizadamente, porque comprobamos que hasta el mismísimo Ayuntamiento hace uso de las farolas y coloca en ellas, atados con cuerdas y alambre, carteles de sus acontecimientos patrocinados y organizados. Tampoco falta la cartelería que llega hasta las rotondas, que es la culminación de una flagrante mala gestión, al obligar a los usuarios de vehículos a motor a dedicar su atención al dichoso cartel de turno. Si en su día agradecíamos el trabajo y el control que ejercía Pedro Alcántara, anterior concejal de Medio Ambiente de nuestro Ayuntamiento, hoy hacemos todo lo contrario. Lo que no es de recibo es que tengamos que soportar tanta presión ambiental a nuestro paso, con lo que este detalle de mal gusto supone para la imagen que queremos dar a propios y extraños. No obstante, convencidos de que se trata de una situación pasajera y que será corregida en el menor tiempo posible, quedamos a disposición de quien quiera ser acompañado a comprobar en persona la situación que denunciamos. Eso sí, por favor, que tenga capacidad resolutiva. Dejar para otro día disparate tan terrible nos parecería un lujo de consecuencias peligrosas.