jueves, 27 de octubre de 2016

¿QUIÉN DEBE LIMPIAR LOS ARROYOS?

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La limpieza de los arroyos es algo que nunca ha sido atendido como creemos merece. Entre otras razones, porque las consecuencias que se derivan de esta dejación oficial acaban amargando la vida a quienes posteriormente las sufren en sus carnes y propiedades. Y no se trata de elegir a uno o dos como ejemplo que exponer a ustedes, sino de todos, de la totalidad, porque no queda uno que pudiera recibir el visto bueno de un técnico o un profano. Es tal el ataque que sufren todos de la maleza que en sus cauces crece, que lo menos que se nos ocurre es pensar para qué se hicieron las importantes inversiones económicas que en su día necesitaron para que las aguas discurrieran con normalidad. Cierto que los políticos responsables de esta área, que no deben disfrutar visitando estos cauces, justo cuando ya no es necesario actúan con aparente celeridad, quizá para evitar las críticas y ataques más que justificados que merece su dejadez y que tanto daño infieren a las personas y sus propiedades, que acaban siendo arrastradas por la virulencia de las aguas bravas que por miles de metros cúbicos discurre por unos cauces taponados y que acaban por construir peligrosas balsas o contenedores.

Repetimos que no caeremos en la tentación de elegir arroyo y sí generalizar justificadamente, ya que son todos los que por nuestro término discurren los que comprobamos no están en condiciones óptimas para recibir el agua de lluvia que está previsto nos caiga desde el cielo. Y como resulta que ni usted ni yo tenemos permiso oficial para meterle mano y eliminar los matorrales que han crecido en medio y que son los que realmente dificultan el discurrir del agua, pues ya ven, a expensas de que el técnico de turno dé la voz de alarma y se le ocurra que llegado es el momento de actuar en tanta necesidad justificada. De no ser así, y mucho nos tememos que entre las crisis de responsabilidad y económica en las que nos desenvolvemos hemos perdido el norte de lo que debían ser las obligaciones de algunos funcionarios, la suerte está echada, es decir, que no tardaremos en unir nuestra preocupación particular por el río Guadalquivir con la de los arroyos cuando nos las tengamos que ver con el agua de lluvia. Por el momento, en todos los casos se han cumplido desgraciadamente las previsiones, por lo que nadie podrá tacharnos de exagerados o agoreros. La historia está ahí y no hace tanto que el río no pudo más y repartió agua por todas sus lindes y Los Villares fueron anegados con las de su arroyo particular.


Como en el caso que nos ocupa solo la preocupación nos corresponde a los ciudadanos, desde aquí invitamos a quienes tengan responsabilidad en asunto de tanta trascendencia a que se den prisa en la intervención y eviten lo que seguro serán consecuencias nefastas para la ciudad y especialmente para la economía de los que resultarán más dañados, como es el caso de los ribereños de estos cauces, en donde suelen tener sus viviendas y sus propiedades agrícolas. Suponemos que deberá ser el Ayuntamiento, la gran gestoría de todos nosotros, el que debe dar con urgencia el primer paso informando del estado en el que realmente se encuentran estos arroyos y exigir la intervención de la Confederación o de quien corresponda con el objetivo de eludir, primero, las responsabilidades que pudieran acarrearle el hecho de no informar con tiempo; y segundo, para solucionar el problema y evitar desgracias.