La
limpieza de los arroyos es algo que nunca ha sido atendido como
creemos merece. Entre otras razones, porque las consecuencias que se
derivan de esta dejación oficial acaban amargando la vida a quienes
posteriormente las sufren en sus carnes y propiedades. Y no se trata
de elegir a uno o dos como ejemplo que exponer a ustedes, sino de
todos, de la totalidad, porque no queda uno que pudiera recibir el
visto bueno de un técnico o un profano. Es tal el ataque que sufren
todos de la maleza que en sus cauces crece, que lo menos que se nos
ocurre es pensar para qué se hicieron las importantes inversiones
económicas que en su día necesitaron para que las aguas
discurrieran con normalidad. Cierto que los políticos responsables
de esta área, que no deben disfrutar visitando estos cauces, justo
cuando ya no es necesario actúan con aparente celeridad, quizá para
evitar las críticas y ataques más que justificados que merece su
dejadez y que tanto daño infieren a las personas y sus propiedades,
que acaban siendo arrastradas por la virulencia de las aguas bravas
que por miles de metros cúbicos discurre por unos cauces taponados y
que acaban por construir peligrosas balsas o contenedores.
Repetimos
que no caeremos en la tentación de elegir arroyo y sí generalizar
justificadamente, ya que son todos los que por nuestro término
discurren los que comprobamos no están en condiciones óptimas para
recibir el agua de lluvia que está previsto nos caiga desde el
cielo. Y como resulta que ni usted ni yo tenemos permiso oficial para
meterle mano y eliminar los matorrales que han crecido en medio y que
son los que realmente dificultan el discurrir del agua, pues ya ven,
a expensas de que el técnico de turno dé la voz de alarma y se le
ocurra que llegado es el momento de actuar en tanta necesidad
justificada. De no ser así, y mucho nos tememos que entre las crisis
de responsabilidad y económica en las que nos desenvolvemos hemos
perdido el norte de lo que debían ser las obligaciones de algunos
funcionarios, la suerte está echada, es decir, que no tardaremos en
unir nuestra preocupación particular por el río Guadalquivir con la
de los arroyos cuando nos las tengamos que ver con el agua de lluvia.
Por el momento, en todos los casos se han cumplido desgraciadamente
las previsiones, por lo que nadie podrá tacharnos de exagerados o
agoreros. La historia está ahí y no hace tanto que el río no pudo
más y repartió agua por todas sus lindes y Los Villares fueron
anegados con las de su arroyo particular.
Como
en el caso que nos ocupa solo la preocupación nos corresponde a los
ciudadanos, desde aquí invitamos a quienes tengan responsabilidad en
asunto de tanta trascendencia a que se den prisa en la intervención
y eviten lo que seguro serán consecuencias nefastas para la ciudad y
especialmente para la economía de los que resultarán más dañados,
como es el caso de los ribereños de estos cauces, en donde suelen
tener sus viviendas y sus propiedades agrícolas. Suponemos que
deberá ser el Ayuntamiento, la gran gestoría de todos nosotros, el
que debe dar con urgencia el primer paso informando del estado en el
que realmente se encuentran estos arroyos y exigir la intervención
de la Confederación o de quien corresponda con el objetivo de
eludir, primero, las responsabilidades que pudieran acarrearle el
hecho de no informar con tiempo; y segundo, para solucionar el
problema y evitar desgracias.