miércoles, 23 de noviembre de 2016

ACOSO ESCOLAR

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El acoso escolar ha dejado de ser un fenómeno aislado para pasar a categoría de estrella en solo unos años. Antes, por escasos e irrelevantes, se limitaban a menosprecios verbales y algún que otro empujón; hoy, todo lo contrario e incluso las gravan con el objetivo de exponerlas públicamente y así conseguir un mayor agravio para el alumno apaleado. Y vemos que no existen géneros, porque las chicas por un lado y los chicos por otro se enzarzan en peleas que son capaces de llevar hasta sus últimas consecuencias. Aunque afortunadamente han sido pocos, no faltan en este escenario los jóvenes que no pudieron soportar la presión a la que estaban sometidos por sus compañeros de clase y se quitaron la vida. Las misivas o cartas que dejaron a sus familiares justificando su drástica decisión fueron testamentos sangrantes repletos de bofetones, puñetazos, menosprecios variados, vejaciones públicas y otras lindezas ejercidas por seres menores con una gran capacidad para el odio y la sangre. Con solo imaginarse el dolor de la familia que perdió a uno de sus integrantes por el hecho de que se cruzara en el camino de unos maleantes que ni siquiera merecían el esfuerzo realizado al unísono por los centros y su profesorado, por su familia y por las Administraciones que corren con sus gastos de educación, las valoraciones que podamos hacer siempre quedarán escasas de contenido. Debe ser el tanto el dolor y la impotencia en la que estarán obligados a desenvolverse a lo largo de sus vidas, que dudamos justificadamente que puedan conseguir calmarlos algún día y vivir en paz con su memoria.

Pero esta es la realidad y a ella debemos enfrentarnos si de verdad queremos poner coto a tanta desproporción y a tanto dolor gratuito. La figura del matón en el colegio siempre ha existido y mucho nos tememos que se mantendrá por los siglos de los siglos, pero lo de asumirlo y querer integrarlo donde es evidente que representa un peligro para el resto del alumnado, nos parece una decisión que, como vemos casi a diario, tiene un costo muy peligroso para toda la comunidad. Si se tuviera en cuenta a los profesores cuando informan de lo que ven a diario y se tomaran decisiones sobre si un determinado miembro del centro no merece convivir con los demás por razones justificadas, desde luego que otra sería la vida del colegio o el instituto y otro el futuro de los menores. Integrar a las familias en las asociaciones de padres y que sus decisiones, una vez informadas de las necesidades de los centros y de su realidad, sean decisivas para el futuro de algún o algunos alumnos conflictivos no solo debería ser respaldado por el resto, sino por la Administración responsable. Mientras al profesorado no se le confiera el poder perdido, mientras al tutor o a los padres se les permita enjuiciar su trabajo, casi siempre menospreciándolo, y además los ataquen físicamente y sin consecuencias para ellos y el alumno denunciado, la ansiada solución a un problema que crece al mismo tiempo que su edad, no será posible.


Por el momento, al menos desde fuera, lo que observamos es que la pérdida de ilusión de los educadores cae demasiado rápida como para no tenerla en cuenta. Y si tenemos en cuenta que la educación en general se dinamiza a sí misma gracias precisamente a la ilusión de quienes la imparten, mal camino hemos escogido para la formación de quienes en poco tiempo participarán activamente en la vida de sus vecinos y vecinas. Por todo esto, no estaría mal visto que las Administraciones decidieran intervenir en la realidad de los centros de enseñanza y participaran en un mejor control de unos y de otros. Por el momento, la espera es que lo se ha escogido por su parte (al tiempo que lo más cómodo), no sabemos si a que lleguen los informes solicitados o a que mejore la situación. Mientras, ya saben, cientos de menores sufren acoso escolar y otros tantos profesores pierden la vocación a pedazos.