Las
estadísticas, por abrumadoras y contundentes, implantan criterios
justo en donde se decide el tráfico del futuro, es decir, en los
despachos de los funcionarios de la Dirección General de Tráfico.
Es más, acaban siendo tan bien valoradas, son tan esclarecedoras de
los vicios más o menos ocultos que generalmente tenemos los
conductores, que no debía extrañarnos que sean éstas las que
marquen los márgenes en los que se desenvuelven cuando de tomar
decisiones se trata. Es por eso que debíamos interpretar las normas
o artículos del Código que se incorporan regularmente a las que
están en vigor como una consecuencia técnica que tiene como
objetivo evitar que se sigan produciendo accidentes por la causa que
se ha detectado mayoritariamente y que demanda una actuación
inmediata. Es el caso, por ejemplo, de los accidentes de tráfico por
adelantamientos irregulares en carreteras conocidas como secundarias
o convencionales, que vienen alcanzando una inusitada notoriedad en
la estadística de accidentalidad que se confecciona al final del
año. Al tiempo, los técnicos añaden lo que ellos entienden que son
las razones por las que se da esta situación y para ellos está
claro: la emigración que se ha producido entre miles de conductores
hacia este tipo de carreteras, debido sobre todo por el atajo que
representan en su aproximación diaria trabajo-residencia familiar.
Pero, atención, no solo se debe al aumento significativo del número
de usuarios, que también, sino en la falta de costumbre que tiene la
mayoría de efectuar adelantamientos en vías de este tipo, quizá
debido a que se ha pasado años y años circulando por autovías.
Atendiendo
el diagnóstico emitido por quienes llevan años trabajando con los
datos de accidentalidad que se acumulan con el paso del tiempo,
aceptar sus deliberaciones y consejos nos parece de lo más lógico y
desde luego que, aplicados, pueden contribuir a que evitemos
accidentes de consecuencias imprevisibles. Si a esta deficiencia real
unimos los defectos propios de cada uno de nosotros, que son de todo
tipo y tamaño, desde los que entienden que las limitaciones no son
algo que estén obligados a respetar a los que creen estar en
posesión de todos los derechos conocidos y ninguna obligación que
acatar, pasando por los que, con su peligrosa actitud, contribuyen a
crear permanentes ocasiones de peligro, la realidad es que salir a la
carretera se ha convertido en una peligrosa odisea de dudoso final.
Por todo esto, llegar a la conclusión de que los accidentes de
carretera vienen a ser como una infalible enfermedad que acumula por
miles los fallecidos. Es más, actualmente son la primera causa de
muerte entre personas de entre dieciséis y cincuenta y cinco años,
por encima de cánceres, sidas y demás temidas y terribles
enfermedades.
Por
el momento, y de acuerdo con los estudios paralelos que sobre
nosotros, los conductores, desarrollan universidades, gabinetes
especializados y técnicos en tráfico, los únicos responsables de
lo que nos ocurre o nos pueda ocurrir recae sobre nosotros, que para
eso conducimos el vehículo, frenamos, aceleramos, usamos las
intermitencias o no, circulamos con las luces encendidas si nuestro
vehículo no está equipado con las habituales luminarias “led”,
etc. El hecho de que generalmente no aportemos a la conducción
ninguna regla relacionada con el sentido común y la prudencia es
evidente que activa infinidad de situaciones complicadas a lo largo
del recorrido y de las que por ahora, afortunadamente, vamos saliendo
como la Providencia nos da a entender. Ojalá sigamos así por muchos
años. Ojalá.