La
delgada línea de la vida ha vuelto a demostrar cuán débiles somos
y lo poco que cuesta perderla. No importa tu esfuerzo, ni el de tu
familia ni nada que tenga que ver con la Medicina, porque como te
excedas, como te descuides un solo instante, como no valores la
situación como ésta merece, como no caigas en la cuenta de tu
debilidad ante los esfuerzos terrenales, la pierdes en el momento más
impensable. ¿Quién le iba a decir a la niña que nos dejó el
pasado sábado mientras disfrutaba de un paseo, que fallecería en un
mañana más de primavera que de otoño? Deben ser las cosas de la
suerte o de vaya usted saber qué tipo de justicia es la que se
encarga de controlar la vida de las personas, pero la realidad es que
nuestra existencia no depende nosotros y sí de una extraña sucesión
de acontecimientos que, precipitados, acaban imponiendo su ley y es
capaz de hundirnos en la tristeza. Nuestra capacidad para entender el
Destino es evidente que o está mermada o nunca hemos sido capaces de
interpretarlo como se debe, porque suponemos que también éste
depende de unas normas de obligado cumplimiento que, no valoradas
convenientemente, acaban imponiendo sus condiciones.
El
hecho, luego de tanto intento de ensayo filosófico, es que una linda
niña de solo dieciséis años, a las puertas de su mayoría de edad,
con miles de sueños por realizar e intactas sus ilusiones, nos ha
dejado su recuerdo a traición, por sorpresa y sin que aún hayamos
sido capaces de justificar semejante disparate. Seguro que su
accidente servirá para que otros jóvenes, al menos durante un
tiempo, no caigan en el mismo error y nos hagan partícipes de dolor
tan intenso. El tráfico y sus dolorosas consecuencias, sin embargo,
andan muy cerca de nosotros. Ocurre que, afortunadamente, nos tocan
de cerca muy de tarde en tarde, y quizá influya en que caigamos en
el compartido error de que solo los protagonizan personas que nada
tienen que ver con nuestras vidas, como si poseyéramos una coraza
que nos permitiera eludir como si nada ocurriera lo que sabemos pasa
en la carretera y la ciudad, y que no es otra cosa que eso, que miles
son las personas que se dejan sus vidas en la calzada porque quizá
no supieron valorar la situación como exige decisiones tan
comprometidas.
Hoy,
cuando comenzamos a interpretar las consecuencias de tanto dolor y
los malos días que pasamos, cuando la situación o la asumimos o
moriremos en el intento de recuperarnos, Andújar se despereza de un
mal sueño siendo consciente de que ya no puede volver atrás, de que
se impone enfrentarse consigo misma e interpretar la situación en
toda su dimensión, aunque conscientes de que ya no es posible
retroceder el camino andando y que todo vuelva a ser como antes. Ni
siquiera nos atrevemos a interpretar el dolor de sus familiares
convencidos de nuestras limitaciones cuando de compartirlo se trata.
Sí queremos dejar constancia que este medio de comunicación ha
compartido con quienes han sentido de cerca varapalo sentimental tan
innecesario la inmensa intensidad de tan mal instante. Ni siquiera
fue sencillo compartirlo con la audiencia, y solo lo hicimos cuando
la familia había ya recibido la noticia. Sí que echamos de menos
que el Ayuntamiento, en ocasión tan especial, en instantes tan
frágiles para el ánimo de sus familiares y no menos de la ciudad
entera, hubiera decretado luto oficial por el fallecimiento de Irene.
Con todo, la vida sigue y nosotros solo podemos asistir a ella como
simples invitados. Ahora queda lo peor y, compartido, es posible que
sea más llevadero, y de ahí nuestra incondicional disposición a la
familia para lo que necesite.