viernes, 11 de noviembre de 2016

LAS ROTONDAS Y SU FILOSOFÍA

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Las rotondas siguen siendo una de las asignaturas pendientes de los conductores. Por mucho que nos propongamos mostrar la realidad de un sistema de circulación implantado especialmente en Europa con el objetivo de evitar los enfrentamientos o cruces de vehículos en plazas e intersecciones, el empecinamiento de algunos, el absoluto convencimiento de otros y las pocas ganas de entender la fórmula de la mayoría, mantienen las espadas en alto allí donde nos encontremos una de ellas. De hecho, independientemente de su tamaño, visibilidad y carriles, escasos son los que se sitúan en el carril adecuado y se mantienen en él hasta la salida. En general, el uso que hacemos de ellos es el que mejor nos viene en cada momento, dándonos igual que sea el del lateral izquierdo, el derecho o el del medio. Dejamos a un lado, suponemos que interesadamente, la obligación que tenemos de circular por un carril sin salirnos de él hasta que nos lo permita la circulación. Al contrario, lo habitual es que entremos por uno y salgamos por otro, aunque con nuestra maniobra obliguemos al que nos viene por la derecha, que es el que circula correctamente, a pararse hasta que pase nuestro vehículo.

El hecho es que las rotondas han sido la salida más airosa y menos gravosa para las ya dañadas arcas municipales, que han evitado de esta forma la colocación de juegos semafóricos y lo que representan de gasto añadido en su mantenimiento y vigilancia. Allí donde había un cruce o una intersección se construía una rotonda y todos tan contentos. Si además le añadían una banda de reducción de velocidad o sonora, mejor, porque así mataban a dos pájaros de un tiro: la velocidad y la rotonda. Luego le añadieron en cada entrada una señal de ceda el paso, que por cierto nadie respeta, y trabajo terminado. Se les olvidó, y en eso estaremos todos de acuerdo, de enseñarnos cómo utilizarlas y de ahí las consecuencias que ahora sufrimos. Así, tuvimos que aceptar algo que para nosotros era desconocido, como no tener la obligación de ceder el paso a la derecha y solo respetar la preferencia del vehículo que está dentro de la rotonda. Entre tanta complicación y falta de información, con más peligro del que esperábamos, las rotondas se han convertido en un problema para el tráfico ciudadano y en la acumulación de la accidentalidad por alcance que estamos convencidos nadie preveía cuando se implantaron.


Hoy todas hacen su trabajo distribuyendo los vehículos que llegan a ellas desde todas las direcciones, pero siempre con peligro. Y todo porque la mayoría de nosotros, los usuarios, no respetamos ni preferencias ni carriles. Naturalmente, los que se creen con derechos sobre los demás, actúan de forma que no permiten ningún tipo de preferencias o decisiones que les puedan molestar o entorpecer su camino, porque entonces es cuando comprobamos que en educación cívica hemos andado muy poco, que lo recorrido ha sido escaso y que de nuestra etapa en la autoescuela no guardamos recuerdos, ni buenos ni malos. Sencillamente entramos y salimos de ellas como si fueran de nuestra propiedad, no atendemos a las señales de ceda el paso y participamos activamente en el aumento de la peligrosidad porque queremos imponer preferencias que no tenemos. Las rotondas, con todo, tienen un funcionamiento elemental: solo hay que circular por el carril que vamos a seguir mientras nos mantengamos en ella y solo cuando no venga nadie por nuestro carril derecho, encender la intermitencia y avisar de nuestra incorporación al otro carril. Lo de circular por el carril interior y salirnos hacia el de la derecha porque es más fácil no está permitido. Por lo tanto, de las consecuencias que se deriven de nuestra maniobra tendremos que defendernos y, finalmente, la compañía de seguros abonar lo que hemos roto. Es así de sencillo.