
Lo
primero que debemos aceptar es que las aseguradoras, todas, son
empresas muy alejadas de la asistencia social o cualquier otra
dedicación ligada a la solidaridad. Muy al contrario, se trata de
empresas de enorme potencial económico y largos tentáculos que
están presentes en infinidad de mercados en donde el dinero es lo
que importa y que se dedican a ganarlo a espuertas. Naturalmente, la
legalidad controla sus actuaciones y están sujetas, como no podía
ser de otra forma, a las leyes en vigor. No obstante, es evidente que
ante un complicado siniestro de costo importante, si pueden escurrir
el bulto, que nadie dude que lo harán, porque sus obligaciones
tienen un límite que no siempre conocemos bien y que, sin embargo,
se hacen constar en las pólizas que firmamos y que solo conoceremos
si tenemos la mala suerte de generar un parte de accidente, que es
cuando de verdad tomamos conciencia de qué tipo de seguro
contratamos y cuáles son realmente las coberturas que nos ofrecen.
Llegados este punto, convencerles de que se abstengan de lo
excesivamente barato y opten por una compañía que huya de
sofisticados formulismos y aporte textos fáciles de interpretar,
parece que debía ser la mejor elección. Es el caso de las empresas
que operan por completo en Internet, esas que no ves la cara de
ningún responsable justo cuando más falta te hace, y que te dan de
baja en cuanto te excedes informando de un accidente.
Los
costes de operatividad de estas empresas, que debe ser enorme, son la
causa de que hayan ido eliminando oficinas o sucursales en muchas
ciudades y que Internet se haya convertido en una nueva máquina de
generar dinero. Las que mantienen su imagen y la oficina física
abierta siguen siendo las más elegidas, aunque es verdad que los
costos de ellas deben repartirse en su facturación y este detalle a
veces es más que suficiente para que el cliente se decida por
ofertas más baratas. En el mercado nos encontramos con todo tipo de
frases publicitarias y todas con el mismo objetivo: captar clientes.
Unas, porque te suben el seguro (a veces sin previo aviso y de manera
abusiva) y te invitan a unirte a ellos; otras, porque las coberturas
llegan casi hasta el infinito; y no faltan las que te geolocalizan
allá donde se te haya ocurrido irte solo o con los tuyos. Tampoco
echamos de menos las que aseguran que su seguro a todo riesgo te sale
más barato que uno a terceros; lo mismo que también las que te
exigen despertar y cambiarte a su oferta. Ocurre que luego, en
realidad, la diferencia es más bien poca y, en la práctica, lo
importante es que no cometas errores si no quieres verte envuelto en
un maremágnum de detalles que te marearán y te complicarán la
existencia.
Lo
que sí debemos aceptar justo en el momento en el que adquirimos el
vehículo es que sin seguro no podemos circular. Primero, porque está
prohibido hacerlo como mínimo con el obligatorio; segundo, porque
nos jugamos nuestro patrimonio, porque un accidente sin seguro nos
puede salir por un ojo de la cara. Y luego, claro, lo de la
solidaridad, porque es un hecho que hoy, cuando recibes un golpe, lo
primero se te ocurre es rogar que tenga seguro; entre insolventes,
caraduras y frívolos, lo que sabemos es que casi la mitad de los
vehículos que circulan a nuestro lado lo hacen sin la
correspondiente cobertura que proporciona un seguro. Claro que si
sumamos a este importante detalle que otros tantos lo hacen sin haber
pasado por la ITV, con unos neumáticos en muy mal estado, con el
equipo óptico a medio gas y otras lindezas conocidas, la verdad es
que la mejor decisión es no salir a la carretera. Pero eso será
motivo de otro comentario.