Suponemos, porque experiencia
en este terreno no tenemos, que lo de despedirse del trabajo, jubilarse, no
debe ser decisión sencilla si en realidad somos felices con lo que hacemos y,
además, contamos con el favor de los compañeros y la empresa. Y no les decimos
nada si encima la salud es perfecta y nuestra capacitación profesional está más
que contrastada, porque entonces más que un adiós a la dedicación laboral
supondrá un mal trago para quien lo protagonice. Pues eso le ha ocurrido a Juan
Lillo, a la sazón el hombre del Gobierno en la provincia, responsable directo
de que el ambiente esté en calma, que las decisiones que desde Madrid deben
repartirse por todo el territorio nacional lleguen a los ciudadanos a tiempo y
en forma. El mundo laboral, los movimientos de sindicatos, asociaciones,
cuerpos de seguridad del Estado, la totalidad de las Administraciones
dependientes del Gobierno central, etc., han sido hasta este año su
responsabilidad directa y sabemos que en ello ha puesto todo su interés y
sapiencia, para que las cosas se hayan mantenido en orden y siempre bajo
control. Por lo que él mismo nos ha contado en las declaraciones que ha
remitido a los medios de comunicación para que, a su vez, las compartamos con
todos ustedes, comprobamos que se va satisfecho por el trabajo realizado,
porque la delincuencia ha descendido de sus niveles habituales y porque, en
fin, ha mantenido la dedicación y la coherencia que un cargo de tanta
responsabilidad demanda de quien lo gestiona. Casi al final de su despedida, sin
embargo, ha cometido, creemos, un grave error que incluso pudo evitar
precisamente para no verse envuelto en desencuentros como el que deja en nuestra ciudad, porque eso de asegurar que
antes de irse deja acabado por completo el tema de las inundaciones del río
Guadalquivir, especialmente a su paso por Andújar, la verdad es que acertado,
lo que se dice acertado, no ha estado.
Antes debió pensárselo, pero
como las palabras, una vez pronunciadas y lanzadas al viento e incluso escritas
en papel oficial, ya no son propiedad de quienes las expresan y en muchos casos
acaban siendo su perdición por traicioneras, quizá debió contenerse y evitar de
esta forma, repetimos, irse enfrentado a quienes el único mal que han cometido,
si es que lo podemos calificar como tal, ha sido defender sus propiedades, sus
tierras de labor, sus vidas en definitiva, porque conviene no perder de vista
que muchos de ellos vieron el peligro tan de cerca, que el miedo les persigue
allá donde van, sobre todo cuando la lluvia alcanza niveles desproporcionados.
El asunto es que el señor delegado del Gobierno en la provincia, en su adiós laboral,
ha decidido hacerlo con una mentira en su mochila, porque eso de que se ha
dejado acabado el problema del río Guadalquivir y sus conocidas y peligrosas
inundaciones realmente no responde a la verdad lo miremos por donde lo miremos,
y lo que de verdad extraña es que nadie, allá por donde ha pasado el comunicado
remitido a los medios de comunicación, no haya caído en la cuenta de que
exageraba en su determinación por algo tan elemental como que para nada se
parece a la realidad. De hecho, desde que llegó el nuevo gobierno del Partido
Popular, en noviembre de 2011, a la responsabilidad nacional y conoció el
asunto de las inundaciones, justo cuando finalizaban las obras que acabarían
con los problemas de El Sotillo, porque el resto de la mota ya había acabado,
decidió retirar hombres y máquinas y retener la inversión millonaria que se
decidió por parte del gobierno de Zapatero. Y punto y hasta hoy mismo, porque
aunque se han maquillado actuaciones de escasa importancia para la solución del
problema, se han generado enfrentamientos, declaraciones y apariciones públicas
más bien desagradables, la realidad es
que el problema sigue siendo el mismo porque las circunstancias se mantienen en
el mismo punto y el interés que muestran en Madrid por nosotros es el mismo que
nosotros sentimos por ellos, o sea, ninguno. Por lo tanto, eso de que el asunto
del Guadalquivir a su paso por Andújar, según el señor Lillo, ha sido zanjado,
es sencillamente mentira.