En el caso de los padres o
tutores, lo de las promesas hechas a los niños en días tan de regalos como los
que vivimos, es cosa fácil y realizable en casi todos los casos. Por lo tanto,
es cosa de esperar y de saber hacer las compras navideñas con el tino necesario
para evitar las desilusiones o las rabietas de los más pequeños. Otra
perspectiva es la que tienen por delante los que prometen desde las
instituciones, que, aunque habituales en despreciar la memoria de los
ciudadanos y convencidos de que faltar a su palabra no les pasará factura
electoral, se comprometieron a acometer o finalizar obras o proyectos,
especialmente los que se encontraron cuando accedieron a responsabilidad de
gobierno y que incluso usaron como arma arrojadiza en momentos electorales para
mermar la credibilidad de sus contrincantes políticos. Evidentemente,
dependiendo de cómo valoren la coherencia y la importancia que les den a sus
promesas, así determinarán su actitud y su compromiso, aunque todo indica que,
ajustándonos estrictamente a lo que vemos a diario, para ellas y ellos es más
bien cosa baladí. Sin embargo, recordemos, ellos muy especialmente, que en el
pueblo reside el poder y es el pueblo el que pone y quita el poder. En nuestro
caso, es decir, interpretando el papel que nos toca en este relato, convencidos
de que esperan ustedes la habitual retahíla de promesas del año pasado o las
que tienen telarañas y que deben haber perdido hasta el nombre en vaya
usted a saber qué rincones de sedes
oficiales, nos conformaremos con mostrar, una vez más, nuestra discrepancia con
el fondo, las formas y el contenido real de algunas de ellas, concretamente las
que desde su concepción sabíamos que eran falsas, que estaban basadas en un
sueño, legítimo, por supuesto, pero
irrealizable por percibirlo ficción desde lejos.
Solo como consejo de amigos, conviene que los de las
promesas, los que gustan de prometer porque sí, convencidos de que
desenvolverse en política a base de anunciar buenas nuevas, que el cierre del
ejercicio está cada vez más cerca y que les convendría ordenar su libro de
compromisos si no quieren caer en desgracia entre quienes les escucharon cuando
más necesitados estaban y que, legítimamente, demandan lo que entienden es
suyo. Eso de hacer creer que tu problema tiene solución, que es viable, que en
poco tiempo dejará de ser una carga para ti y tu futuro, oigan, tiene una
importancia en origen nada despreciable y a la que, por tanto, hay que darle el
valor que realmente tiene. Entre nosotros como ciudad, a la realidad nos remitimos,
porque historias con promesas como referencia tenemos para dar y regalar. Entre
otras, la recuperación del molino de las aceñas, las orillas del río (que
podrían ser utilizadas como paseo por los ciudadanos), y acabar con las
inundaciones, un puente romano peatonal porque se construiría otro que nos
conectaría con la autovía desde la nueva variante prevista, un cámping demolido
y luego utilizado para enriquecer a unos cuantos y empobrecer al resto y la
desaparición del teatro Avenida, dos aberraciones que la ciudad no olvidará por
muchos años que pasen, y la estrella de las mentiras que hemos sufrido y que
guardamos en la memoria colectiva: Innovandújar,
que sería, nos dijeron, la estrella de la corona, la panacea de nuestros males,
la solución a nuestro futuro y que finalmente sólo sirvió para que sus
creadores se mantuvieran en el poder más años quizá de los que merecieran. En
los llanos de la nacional IV, frente al poblado de El Sotillo, se construirían
casi un millón de metros cuadrados: acerería,
fabricación de contenedores, palacio de congresos, grandes superficies
comerciales, miles de metros dedicados a espacios verdes, ferrocarril,
pabellones deportivos... Como se dijo inmediatamente después del acto, un
fenomenal vídeo de presentación y una monumental farsa. Eso y seis millones de
euros invertidos en esos terrenos que nadie ha sabido dónde y los propietarios
que los han perdido, o sea, el terreno y el dinero invertido. Pero lo dejamos. Tiempo
tendremos de añadir a estas pinceladas unas cuantas más a lo largo del año que
se nos viene encima y tampoco es cosa de ser exhaustivos. Además, viene a
recogernos el trenecito de Navidad.