lunes, 30 de enero de 2017

ACOSO ESCOLAR: UN PROBLEMA DE TODOS

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 Desde hace unos años, los problemas de los escolares han variado enormemente, y aunque el acoso escolar ha existido desde siempre, la realidad es que nunca como en los tiempos que corren hemos tenido oportunidad de aproximarnos a él de la forma tan real y grave que lo hacemos ahora. Las noticias que compartimos sobre los suicidios de escolares, que posteriormente conocemos que la decisión de quitarse la vida se debe precisamente al acoso de sus compañeros de clase, a sus vejaciones, a sus presiones, a sus menosprecios públicos, cuando no a las palizas a las que los sometieron a lo largo del tiempo compartido con ellos. Llegar a esta conclusión, luego de los análisis propios que suelen realizar los especialistas en el esclarecimiento del caso, es la de un fracaso en toda regla, un fracaso a compartir entre la totalidad de la sociedad, que no ha sido capaz de controlar este tipo de aberrantes excesos; de la familia, porque en una gran mayoría de los casos ni quiere ni tiene intención de conocer a sus hijos, saber de sus vicios, de sus inclinaciones, de sus gustos y problemas; a la autoridad educativa, que no siempre ha sido capaz de controlar este tipo de situaciones y comportamientos y a veces incluso hasta mira para otro lado cuando se están produciendo las agresiones, y finalmente el sistema judicial, que hace aguas en el momento que delante del tribunal se sitúa un menor, para el que no tiene recursos ni forma de encontrar soluciones. Si acaso, el juez granadino de menores señor Calatayud, que se ha hecho famoso gracias a sus originales y extrañas condenas, es el que por el momento acapara el interés de los adultos, y que conste que no todos están de acuerdo con su peculiar manera de enjuiciarlos. 

Pese a quien pese, no obstante, el problema, que lo es y de los gordos, del acoso escolar, además de la responsabilidad propia e intransferible del centro escolar, tiene sus raíces en el núcleo familiar y precisamente por la dejadez de obligaciones que generalmente practica. Los padres están obligados, en conexión directa y fluida con el colegio de sus hijos, a mantener un exhaustivo seguimiento del comportamiento que muestran en la jornada escolar y cuál es su relación con el resto de compañeros. Unos,  porque son acosadores; otros,  porque tienen un hijo que lo padece. Justificarse argumentando que les falta tiempo,  que sus obligaciones laborales no les permiten dedicarse a saber de sus hijos (expresión que suele ser muy recurrente entre los miembros adultos de la familia), además de no aceptarlas por injustificables, no les exime de responsabilidad. En cuanto a las escuelas e institutos, es evidente que el sistema falla desde el inicio, justo en el momento que en el que el profesor no valora la situación como realmente merece e inicia el expediente de seguimiento que demanda el acoso. De hecho, de entre las quejas más extendidas entre los menores y las familias, aunque ciertamente no todas han podido ser justificadas, son las que aseguran que en el centro escolar no hacían caso a la demanda de ayuda de su hijo o hija, especialmente en los descansos entre clases, que es cuando los abusones suelen desarrollar sus programas de presión al escolar más  accesible.


Sin embargo, repetimos, nos encontramos ante un serio problema para el que los técnicos y profesionales obligados a controlarlo y erradicarlo siguen eludiendo su responsabilidad ante la expectación y preocupación social generada. Es más, tanto las familias como la comunidad educativa aceptarían de buena gana los reglamentos, normas y leyes que se implantasen con este objetivo. La clase política, que parece no tener interés alguno sobre el acoso escolar, tiene sin embargo la ineludible obligación de cercar el fenómeno y de dictar las leyes que lo palíen o eliminen. Y en modo urgente.