
Es completamente cierto que raros somos; muy raros. Observen si no lo que está sucediendo con la
llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos: manifestaciones
callejeras, alocuciones en actos públicos de parte de actores de primera fila,
sentadas frente a la Casa Blanca de miles de personas y demás, y todo porque
este hombre de apariencia extraña, con un pelo que provoca la risa y la
extrañeza al mismo tiempo, con una fortuna particular que da hasta miedo
conocerla en profundidad, ha ganado las elecciones. Es que es así: ha ganado
por mayoría de votos por mucho que se empeñen en recontarlos, en afirmar que
buena parte del resultado se lo debe al presidente Putin, etc. Los
norteamericanos con derecho a voto decidieron que debía ser él y sus políticas
las que se encargaran de dirigir al país más poderoso del mundo los próximos
cuatro años y no otra cosa hizo el pasado sábado. Lo que ocurra a partir de
ahora, al menos para muchos de los nuestros, los que se dedican a completar las
tertulias televisivas y radiofónicas dando opiniones sin ton ni son y sin tener
ni idea de la realidad que les espera a los norteamericanos y, por ende, al
resto del mundo, es algo imprevisible, como lo son las decisiones que tomará el
nuevo presidente. Dicho todo esto, qué pensarán ahora los rezagados, los que se
quedaron en casa y decidieron no votar, quizás convencidos de una mayoría
suficiente de los demócratas de Obama. La solución la dejaremos para dentro de
cuatro años.
Entre nosotros, con diferencia, la justificadísima
polémica está en la subida de la electricidad. Dicen los entendidos, incluido
el ministro (que no sabrá del asunto, pero que ha aprendido el mensaje de la
patronal de la electricidad al pie de la letra), que la falta de lluvia y de
viento ha sido fundamental para esta desproporcionada subida. Sin embargo,
teniendo en cuenta que somos el país europeo en el que más cara se paga la
electricidad, el que más litoral tiene, el que más viento registra y en el que
llueve dentro de un orden, no entendemos que más de cinco millones de personas
estén sufriendo el frío de enero como nunca sencillamente porque no pueden
poner en marcha los aparatos que les proporcionarán algo de calor porque o
comen o pagan el recibo de la luz. Y no es que nosotros pertenezcamos a un
grupo de personas de escaso entendimiento, sino que no es aceptable la
situación la miremos por donde la miremos. Y más si, tirando de algo de
demagogia, vemos cómo los corruptos campan a sus anchas, y muchos de ellos cada
vez estamos más convencidos de que eludirán la prisión, y si a usted o a mí se
nos ocurre no pagar el recibo de la hipoteca o el de la luz nos ponen de
patitas en la calle.
Y, por último,
dejar claro que somos muy parecidos a los norteamericanos por mucho que
nos pese, o al menos lo parece, ya que si ellos se quejan del nuevo gobierno
que regirá su destino a lo largo de los próximos cuatro años, nosotros hacemos
lo propio, pero con la diferencia de que quienes nos ahoga con recortes, con
leyes mordaza, con desahucios, con subidas de precios e impuestos de todo tipo,
siguen ganando las elecciones. Es decir, que no se entiende y, además, nos
parece una gran incongruencia, a no ser que aceptemos que efectivamente cuentan
con una gran mayoría social para seguir tomando decisiones de todo punto
impopulares y que tanto dañan nuestro futuro. Más aún, recordemos que la
izquierda, o al menos lo que se conoce entre nosotros como tal, sumada, supera
claramente en votos a los populares. El problema: su incontrolada pasión por el
mando, por figurar, por sobresalir, por ser únicos. Enfrente, un partido
compacto, disciplinado y en el que todos saben muy bien lo que tienen que
hacer.