lunes, 23 de enero de 2017

MÁS COHERENCIA Y MENOS QUEJAS

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Es completamente cierto que raros somos; muy raros.  Observen si no lo que está sucediendo con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos: manifestaciones callejeras, alocuciones en actos públicos de parte de actores de primera fila, sentadas frente a la Casa Blanca de miles de personas y demás, y todo porque este hombre de apariencia extraña, con un pelo que provoca la risa y la extrañeza al mismo tiempo, con una fortuna particular que da hasta miedo conocerla en profundidad, ha ganado las elecciones. Es que es así: ha ganado por mayoría de votos por mucho que se empeñen en recontarlos, en afirmar que buena parte del resultado se lo debe al presidente Putin, etc. Los norteamericanos con derecho a voto decidieron que debía ser él y sus políticas las que se encargaran de dirigir al país más poderoso del mundo los próximos cuatro años y no otra cosa hizo el pasado sábado. Lo que ocurra a partir de ahora, al menos para muchos de los nuestros, los que se dedican a completar las tertulias televisivas y radiofónicas dando opiniones sin ton ni son y sin tener ni idea de la realidad que les espera a los norteamericanos y, por ende, al resto del mundo, es algo imprevisible, como lo son las decisiones que tomará el nuevo presidente. Dicho todo esto, qué pensarán ahora los rezagados, los que se quedaron en casa y decidieron no votar, quizás convencidos de una mayoría suficiente de los demócratas de Obama. La solución la dejaremos para dentro de cuatro años.

Entre nosotros, con diferencia, la justificadísima polémica está en la subida de la electricidad. Dicen los entendidos, incluido el ministro (que no sabrá del asunto, pero que ha aprendido el mensaje de la patronal de la electricidad al pie de la letra), que la falta de lluvia y de viento ha sido fundamental para esta desproporcionada subida. Sin embargo, teniendo en cuenta que somos el país europeo en el que más cara se paga la electricidad, el que más litoral tiene, el que más viento registra y en el que llueve dentro de un orden, no entendemos que más de cinco millones de personas estén sufriendo el frío de enero como nunca sencillamente porque no pueden poner en marcha los aparatos que les proporcionarán algo de calor porque o comen o pagan el recibo de la luz. Y no es que nosotros pertenezcamos a un grupo de personas de escaso entendimiento, sino que no es aceptable la situación la miremos por donde la miremos. Y más si, tirando de algo de demagogia, vemos cómo los corruptos campan a sus anchas, y muchos de ellos cada vez estamos más convencidos de que eludirán la prisión, y si a usted o a mí se nos ocurre no pagar el recibo de la hipoteca o el de la luz nos ponen de patitas en la calle.


Y, por último,  dejar claro que somos muy parecidos a los norteamericanos por mucho que nos pese, o al menos lo parece, ya que si ellos se quejan del nuevo gobierno que regirá su destino a lo largo de los próximos cuatro años, nosotros hacemos lo propio, pero con la diferencia de que quienes nos ahoga con recortes, con leyes mordaza, con desahucios, con subidas de precios e impuestos de todo tipo, siguen ganando las elecciones. Es decir, que no se entiende y, además, nos parece una gran incongruencia, a no ser que aceptemos que efectivamente cuentan con una gran mayoría social para seguir tomando decisiones de todo punto impopulares y que tanto dañan nuestro futuro. Más aún, recordemos que la izquierda, o al menos lo que se conoce entre nosotros como tal, sumada, supera claramente en votos a los populares. El problema: su incontrolada pasión por el mando, por figurar, por sobresalir, por ser únicos. Enfrente, un partido compacto, disciplinado y en el que todos saben muy bien lo que tienen que hacer.