No serán muchas las personas que
recuerden que en 2012 el Gobierno del Partido Popular puso en marcha un plan de
empleo o un plan en contra del fraude en el empleo. Por supuesto, las críticas
que le llovieron fueron intensas y mantenidas en el tiempo. Luego, como ocurre
con todo, pasó la tormenta y este plan en contra del fraude laboral siguió
andando y hasta hoy. Casi cinco años después, las cuentas parecen que salen a
devolver y que el Ministerio, con Fátima Báñez al frente, puede sacar pecho por
el trabajo realizado. Los datos que aportan para nuestro conocimiento, como
mínimo, nos sitúan ante una realidad que no todos queremos reconocer en público
y que en privado compartimos por unanimidad: el fraude laboral es una realidad.
Por el momento, de este plan se desprende que se han detectado seis mil
empresas ficticias y más de cuatrocientos mil empleos irregulares; se han
transformado empleos de temporales a indefinidos en número de doscientos
cincuenta mil, y su impacto económico supone un ahorro a la Seguridad Social de
más de diecisiete mil millones de euros. Evidentemente, un éxito para un
trabajo que ha pasado casi desapercibido para la ciudadanía y que, no obstante,
ha servido para mejorar los resultados generales de la Tesorería de la
Seguridad Social. Además, claro, de devolver al mundo del trabajo regular a
miles de empleados que hasta ese momento desarrollaban sus tareas cobrando
sueldos de miseria y sin cotizaciones.
Como decíamos, lo del fraude en
el empleo ha alcanzado en nuestro país cotas impensables, con empresas encausadas
en prácticamente todo el territorio nacional, con empresarios decididos a evitar
los pagos obligatorios para la protección de sus empleados, con trabajadores
cobrando las prestaciones a las que tienen derecho y con trabajos o “chapuzas”
continuadas que les proporcionan unos ingresos extra muy suculentos. De hecho,
lo del paro, todo lo que rodea al sistema, huele muy mal. Al mismo tiempo que
nos encontramos con empleados sin trabajo que soportan desde hace años una
situación inviable familiar y personalmente, no faltan los que cobran el sueldo
que les corresponde por las prestaciones a las que tienen derecho y el otro, el
negro, el que consiguen gracias a los trabajos que, bajo cuerda, realizan.
Pocos serán los que no tengan a uno de estos listillos cerca, porque pululan
por doquier y se ofrecen descaradamente a quien busque un profesional de sus
características.
Por el momento, ya ven: más de
cuatrocientos mil empleos, concretamente cuatrocientos veinte mil, que se dice
pronto y que debería avergonzarnos, son los que han salido a la luz de entre
las marañas del engaño empresarial, tan desgraciadamente extendido entre
nosotros, y que ha permitido una recaudación para la Tesorería de la Seguridad
Social superior a los diecisiete mil millones de euros. Si a esto le añadimos
el hecho de que sean miles las empresas que se ven envueltas en casos de
facturas falsas, de empleos ficticios, de altas laborales inexistentes, de
empleados fantasma y de cientos de engaños para conseguir dinero fácil de la
caja de todos, el panorama que se le ofrece a la Inspección de Trabajo desde
luego que no es nada fácil. Y que conste que desde hace años este tipo de
fraudes han dejado de estar ligados a profesionales de la construcción o la
hostelería, y han pasado a ser compartidos por todo tipo de profesiones y
empresas.
Naturalmente, si el Ministerio
sigue apretando tuercas, que nadie se llame a engaño y entienda que, con
resultados tan magníficos, lo normal es que no solo se mantengan, sino que se
amplíen sus recursos y sus compromisos con el objetivo de desenmascarar a
quienes su verdadera profesión es la de defraudar. Por un lado, los que
trabajan sin aportar las cuotas que les corresponden y, al mismo tiempo,
controlan que el Estado les ingrese la prestación por desempleo que les
corresponden. Por otro, los especialistas en defraudar desde sus despachos, que
para eso han estudiado las leyes y consiguen miles de euros extras por sus
dedicaciones. Afortunadamente, se saben quiénes son unos y otros, el trabajo
que realizan y ahora solo falta cogerles con las manos en la masa. Y en eso
están.