La subida de los carburantes
no ha venido sola, ya que la electricidad, el gas, el alcohol, el tabaco, entre
otros, suponen un desembolso añadido casi obligatorio a los que debemos hacer
frente para seguir adelante con algo de dignidad, que ya sabemos que, mermados
económicamente, perdemos una importante capacidad de maniobra en la calle. Una
buena decisión sería aparcar el coche más tiempo de lo que lo hacemos
actualmente, puesto que nos serviría para recuperar el aliento y, ya de paso,
conseguir la forma física en la que tanto insiste nuestro médico de familia
cuando vamos a la consulta. Por supuesto, la subida de algo tan necesario como
las gasolinas y los gasóleos para el movimiento de los vehículos repercutirá
finalmente en todo aquello que necesite ser transportado, ya sea por carretera
o por ferrocarril. La cadena se ha engrasado convenientemente y ahora de lo que
se trata, como hemos tenido oportunidad de decir en otros comentarios, es de
pagar las deudas que el Estado firma con nuestro consentimiento, aunque no
necesite de nuestra firma y ni repajolera falta que le hace nuestra
conformidad. Pronto, por otro lado, nos llegarán las buenas nuevas desde
Tráfico, que para eso se prepara concienzudamente en la confección de las
nuevas tarifas que nos cobrarán por circular. Ya saben: con la justificación de
la alta siniestralidad como excusa, ¡todos a pagar! Eso sí, nada de revertir el
dinero recaudado por multas en donde
tanta falta hace, es decir, en las carreteras. Ese es un capítulo del que nadie
quiere responsabilizarse y sobre el que el Ministerio de Fomento, que estrena
nuevo mandamás, se ha pronunciado con contundencia y avisándonos de que, mientras se mantenga al
déficit, que nos olvidemos de la inversión pública.
En cuanto al aumento de la
accidentalidad con respecto al año pasado, que es una realidad contrastada que
necesita de un revulsivo que debería protagonizar el colectivo de
automovilistas, el Estado debía poner a disposición de este importante asunto
algo de imaginación y no acudir sin más al aumento del montante de las
denuncias o a la creación de nuevas transgresiones de las Normas en vigor.
Comprobado está que de esta forma no conseguirán enderezar el camino escogido
por millones de conductores y que ha permitido que, a lo largo de diez años, el
descenso de la accidentalidad haya sido tan importante y tan mantenido.
Mantener alejado el Código de los centros escolares, especialmente a edades
concretas, sigue siendo la asignatura pendiente que hasta ahora nadie se ha
atrevido a incorporar en busca de futuros conductores concienciados y profundos
conocedores de la realidad con la que se enfrentarán cuando cumplan la mayoría
de edad. Seguir como estamos, permitiendo que los jóvenes puedan obtener su
permiso de conducir en poco más de un mes de clases aceleradas y limitadísimas
en el conocimiento, es un error que por el momento nos está costando un alto
precio.
Mientras desde el Gobierno,
sea el que sea, no se decida trabajar a fondo en la consecución de un
aprendizaje exhaustivo y unas pruebas acorde con lo que pretende aprobar el
alumno, el futuro del tráfico seguirá empeorando. Habrá años en los que la
curva de la accidentalidad descienda y otros en los que se mantenga, pero si no
se interviene con responsabilidad, si no se decide con la contundencia que
exige el tema, de poco servirán las imposiciones que nos lleguen desde la
autoridad responsable del área. De lo que estamos convencidos, y si no salgan a
la carretera, es que el miedo a la retirada de puntos y las cuantiosas multas
que se imponen, se ha perdido.