jueves, 9 de febrero de 2017

LA CIUDADANÍA Y LA CLASE POLÍTICA

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Vaya por delante que de la conexión que obligatoriamente debe existir entre el gobierno municipal y nosotros, los ciudadanos, no sabemos nada. Sí que, al menos durante la campaña electoral, se nos dijo que la situación iba a cambiar, que la fluidez sería mayor y que los problemas, consecuentemente, se atenderían antes y mejor. Luego, ya se sabe. De hecho, destaca la coincidencia (porque pensar que existe entendimiento político entre el Partido Popular e Izquierda Unida no es una buena idea) de la oposición con respecto al rechazo del presupuesto municipal para este año, concretamente porque aseguran que no ha existido participación ciudadana en su confección. Visto así, con denuncia tan flagrante, lo menos que podemos hacer es cuestionar la existencia de una línea directa entre el ciudadano y la institución. Es cierto que se ha creado una oficina que permite a quienes tengan que vérselas con las normas municipales en vigor,  y parece que funciona. Claro que evitar al ciudadano tener que vérselas con dos o tres funcionarios,  andando de mesa en mesa, en busca de la información que precisa para solventar su problema, cualquiera lo agradece. Sin embargo, también es cierto que existe una cuidada campaña de la que se desprende que los concejales y el propio alcalde huyen del encuentro con los vecinos, muy aficionados que son a esperarlos a la entrada al palacio municipal y allí requerirles opinión, consejo o trabajo, que de todo encontramos. Por el momento, éstos lo han desmentido y demostrado con datos, por lo que estamos obligados a creer a quien da la cara y no a los que dedican parte de su tiempo y esfuerzo a empañar la imagen de sus compañeros de corporación, pero no de su partido.

La distancia que interesados políticos locales construyen meticulosamente para evitar el fortuito encuentro con quienes son moradores de la misma ciudad, viene de muy lejos; lo mismo que la figura del populista, ese que todo lo que hace, aunque aparentemente se trate de su forma de ser o de entender su cargo, lo cuida al detalle y con un objetivo concreto: convencer a quien lo vea de su proximidad, de su cercanía con los problemas de la ciudad y de su campechanismo. Levantarse temprano, recorrer la ciudad, saludar a todo el que se cruce con él y compartir el primer café, al menos entre nosotros, siempre ha sido muy bien valorado y, luego, a la hora del voto, muy tenido en cuenta por parte del agradecido ciudadano. Evidentemente, todo son ventajas a cambio de un esfuerzo llevadero, sobre todo sabiendo que los problemas que comparten con ellos les entran por un oído y les sale por el otro. Nosotros, quizá porque ya hemos visto demasiadas banalidades inútiles y postureos políticos, estamos por lo otro, por lo que asomarme menos al balcón y trabajar más en favor de una ciudad más compensada socialmente. Es más, no deseamos otra construcción ciudadana que no camine por estos derroteros, ya que de lo que se trata es de ir corrigiendo las desigualdades propias que genera una crisis como la que arrastramos desde hace años, con demasiadas familias abandonadas por el camino, y de la que no hemos sido capaces de sacar provecho luego de tantos años padeciéndola y escuchando al mismo tiempo discursos triunfalistas anunciando que todo va bien. No sabemos si este desencuentro tan clamoroso se debe a la habitual falta de comunicación entre la clase política y la ciudadanía, pero lo que sí sabemos es que es una injusticia.