Seguro
que son percepciones personales y que las sentencias judiciales más conocidas,
por esperadas y muy especialmente por quiénes las protagonizan, responden con
objetividad y absoluta rigurosidad al delito cometido. Sin embargo, se entiende
que no hayan caído nada bien entre la ciudadanía, que también tiene derecho a
opinar y a no estar de acuerdo con algunas de ellas. Si tenemos en cuenta que
desde la más altas instancias del Estado se nos dijo que la justicia es igual
para todos, que luego hemos tenido oportunidad de escuchar esta misma
aseveración de parte de importantes
personalidades del Gobierno de la nación, el hecho de que no hayamos
conseguido, y que conste que hemos puesto interés de más en ello, interpretar
correctamente ninguna de la sentencias de los casos juzgados cuando menos
debería inquietar a las dos partes. El caso de las tarjetas “black”, por
comenzar por alguno, con implicados de alto nivel y de no menos prestigio
social y político, debía haber terminado con algunos de los sentenciados a
penas de cárcel, entre rejas. Los añadidos que suelen hacer los tribunales
cuando tratan de justificar esta clase de situaciones atípicas, como que no
tenían antecedentes, que el delito no exige su ingreso en prisión, que no existe peligro de huida o destrucción
de pruebas, o el que más nos ha llamado la atención, que ambos delincuentes
habían mantenido un comportamiento ejemplar durante el juicio, en la calle no
sirven para nada. Si acaso, sí, para menospreciar la importante tarea
desarrollada por jueces y fiscales. Miren, si el dinero sustraído a la entidad
bancaria lo ha sido usando de artilugios más o menos legales, si ha necesitado
de la anuencia de sus máximos dirigentes y si finalmente se ha utilizado para
algunas de las compras que hemos conocido, algo deberá hacer quien tiene la
potestad y responsabilidad legal de castigar lo que es un flagrante abuso de
autoridad. Además, si tenemos en cuenta lo que concurre en este caso, con miles
y miles de damnificados por las famosas preferentes que siguen exigiendo la
devolución de su dinero, la desproporción apreciada por la ciudadanía está
justificada. En cuanto a la del señor Urdangarín y toda su corte de implicados,
que se siga diciendo que la justicia es igual para todos es casi una ofensa en
sí misma y una falta de respeto. Es ahora, en momentos tan concretos, cuando la
frase del entonces alcalde de Jerez, señor Pacheco, toma fuerza y veracidad:
“En España, la justicia es un cachondeo”. No la hacemos nuestra porque nos
parece excesivamente frívola, pero
reconozcamos que algo huele mal, muy
mal, en nuestra justicia.
Dicho
esto, convencidos de que desde esta tribuna solo conseguiremos el apoyo de unos
cuantos de ustedes y que es hasta posible que nos granjeemos enemigos con los
que no contábamos, nos quedamos con las comentarios a los que hemos tenido
acceso en los medios de comunicación en general y los de las redes sociales en
particular, según los cuales a los españoles se nos ha quedado cara de panoli
ante lo que hemos conocido estos días con respecto a las sentencias judiciales
a las que hemos hecho referencia en nuestra Fuente Sorda de hoy. Sobre todo,
porque paralelamente hemos sabido de otras mucho más severas cuya causas no
solo producen risa entre la ciudadanía, sino estupefacción y no menos
preocupación por lo que nos pueda ocurrir a nosotros en cuanto nos excedamos lo
más mínimo. Nos queda esperar a que las sucesivas causas que obligan a algunos
de los condenados a presentarse ante los jueces de nuevo en poco tiempo, al
menos les obliguen a devolver el dinero que han conseguido fraudulentamente. Es
más, en la calle existe una compartida teoría sobre el asunto de la corrupción.
Es esta: que no salgan de la cárcel hasta que no hayan entregado el último euro
robado. En el momento que lo hagan, en libertad sin más. Eso sí, inhabilitados
de por vida para cualquier cargo público. Entre nosotros, cualquier defraudador
o transgresor de la ley, con solo hacer valer sus derechos adquiridos en las
reglamentarias oposiciones que aprobó, con solo reclamar su puesto lo recupera
en veinticuatro horas. Y con sueldos demenciales para cómo están los del resto
de mortales. Un caso próximo y reciente: el señor Trillo.