La guerra en contra del
automóvil viene desencadenándose desde hace años, ciertamente, pero está siendo
ahora cuando más se nota la presión de los ayuntamientos y del propio Gobierno,
además de los colectivos que luchan por un ambiente más limpio. Es evidente que
no sirve de nada la aportación económica que hacemos a las arcas del Estado y
que representan miles de millones. Desde el momento de la compra, ya estamos
generando empleo directo en la propia fábrica y, enseguida, en el banco en
donde se nos proporcionará el préstamo para adquirirlo; detrás, la compañía
aseguradora, que se encargará de colocarnos un seguro a todo riesgo al menos
hasta que paguemos el dinero que nos han prestado. Naturalmente, ¿vamos a dejar
el coche en la calle aparcado? Pues no; antes le habremos buscado un
aparcamiento próximo a casa en donde dejarlo con seguridad, lo que también
genera dinero a la empresa o el particular que nos lo alquile. El concesionario
oficial de la marca o el taller autorizado también se dispone a engrosar su
facturación, puesto que es usándolo es como el desgaste, las averías propias
que aparecen con el uso y los arañazos y los golpes que recibirá a lo largo de
su vida útil suponen la viabilidad de muchos de los negocios creados alrededor
del automóvil. Y no digamos nada del combustible, del que dependeremos el
tiempo que mantengamos el vehículo en nuestro poder, y ya vemos cómo se las
gastan las petroleras en cuanto tienen oportunidad y con el permiso del
gobierno.
Por supuesto, al Estado hay
que pasarle los ingresos por el IVA y los impuestos correspondientes no solo
por la compra, sino de todos los elementos que le incorporemos, y al
ayuntamiento el impuesto de circulación de vehículos, el conocido como sello y
que, en contra de la opinión de algunos usuarios, no tiene como destino el
generar aparcamiento gratuito en la vía pública. De hecho, el coche, aparcado y
sin moverlo, nos pasa factura diaria y no crean ustedes que es poco. Con solo
sumar los gastos generales y obligatorios, como el seguro, el aparcamiento y el
impuesto municipal, nos dan una idea de lo que en realidad nos supone adquirir
un automóvil solo como gustazo y también porque tenemos todo el derecho del
mundo a conseguirlo. Ah, y que no se les olviden los neumáticos, que también se
llevan un buen pellizco de la cuenta corriente; y, claro, los sucesivos lavados
que le haremos para estar en condiciones y en perfecto estado de revista. No,
no se nos olvidan las multas que nos caerán por cualquier descuido o exceso, especialmente
circulando por la ciudad por aquello del aparcamiento indebido.
Con todo, el aumento de las
ventas se mantiene en los mismos niveles del año pasado y sin ayudas estatales
a la compra de un coche nuevo, que siempre se agradece. Bien, pues a todo lo
que les hemos contado súmenle ustedes el hecho de que, por ejemplo, Barcelona
ya prohíbe la circulación de vehículos con
más de veinte años; el Gobierno, por su parte, usa la edad de los
automóviles para recordarnos la importancia de adquirir uno nuevo porque
evitaremos accidentes, y las marcas anunciando que a partir del 2020 dejarán de
fabricar motores diésel. Con un panorama tan desagradable, lo de comprarse un
coche parecería que echaría para atrás a más de uno, pero ya les hemos dicho
que las ventas se mantienen en los mismos niveles del año pasado. Eso sí,
independiente de las previsiones que cada uno tengamos, lo de elegir qué tipo
de coche queremos y especialmente el motor se impone si queremos evitar
problemas en solo unos años. Buscar entre los eléctricos y los híbridos, además
de los gasolina, no sería una mala idea. Con todo, eso es algo que le
corresponde exclusivamente al comprador. Con todo, feliz compra. Y a
disfrutarlo.