Bien, pues ya estamos de nuevo
ante una convocatoria repleta de sensaciones, reivindicaciones e ilusión
especialmente para quienes la protagonizan. Las mujeres, que tienen solo dos
días al año para reclamar lo que es suyo, lo que por derecho les corresponde,
como es el caso de noviembre y de hoy en marzo, se afanan en hacer visibles sus
respectivas denuncias y a esperar a que alguien, desde las Administraciones y
el mismísimo sentido común, las atienda y las haga suyas. En marzo lo que se
quiere es rendir homenaje a la mujer como tal, aunque especialmente a la
trabajadora, que es lo mismo que decir que todas las mujeres, ya que no conocemos
a ninguna que no desarrolle alguna labor dentro o fuera de la casa. Por el
momento, los planteamientos responden a las necesidades reales de género que
nos dan a conocer, como sería el caso de la enorme brecha salarial existente a
favor del hombre o las condiciones laborales en las que están obligadas a
trabajar. Este año, ¡qué bien!, le añaden una reciente novedad que aún está en
pañales, pero que ya ha tenido audiencia en el Parlamento de Londres: eliminar
la exigencia que, más o menos veladamente, imponen las empresas a sus
contratadas, de acudir, especialmente en oficinas y puestos de visibilidad
pública, calzadas con zapatos de tacón. El hecho de que se admitiera a trámite
por parte de los parlamentarios y que se esté discutiendo estos días sobre ello,
se entiende como un éxito en sí mismo si tenemos en cuenta el fondo del debate.
Sin embargo, la mujer tiene
enormes retos que superar en todos los órdenes: desde la conciliación laboral
hasta equilibrar en los textos legales los derechos que como persona les
pertenecen, a los que debemos añadir los que históricamente les han relegado a
unos roles injustos y desde luego nada ajustados a su propia realidad, ya en pareja,
ya en solitario. El hombre, que permanece desconfiado en lo más alto de la
pirámide de mando desde el inicio del mundo, también se encarga de acotarle los
límites en los que pueden desenvolverse con algo de libertad. Mientras, las
mujeres se superan a sí mismas cada día y lo demuestran de la única forma que
es posible en un mundo que debería estar libre de prejuicios de género:
aumentando su cota de presencia en todos los estamentos del Estado y de las
instituciones y empresas privadas, superando todas las asignaturas que se les
ponen por delante y enfrentándose a su complicado día a día conscientes de ser
observadas por atónitos e incrédulos compañeros de camino de escasas ideas y de
los que solo reciben sentimientos de envidia. El hoy de las mujeres debemos
calificarlo de imparable y extraordinario. Solo el año pasado supuso para
ellas, sin propuesta previa aunque sí conscientes de lo que se jugaban, la
aportación al mercado laboral de nada menos que 265.000 licenciadas más que los
hombres. Eso sí, el machismo empresarial que preside el futuro responde casi
siempre con miedo, preocupado por su propio futuro ante la evidente y
contundente respuesta del mundo femenino a
su demanda de mano de obra cualificada.
De lo que no estamos del todo
convencidos es de que estas citas anuales sirvan de algo; de que las mujeres
convocantes obtengan algo más que ánimo para sus justificadas exigencias. De
eso debería encargarse la clase política y, tal y como está el patio, nos
tememos que la cosa va para largo.