miércoles, 8 de marzo de 2017

DÍA DE LA MUJER

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Bien, pues ya estamos de nuevo ante una convocatoria repleta de sensaciones, reivindicaciones e ilusión especialmente para quienes la protagonizan. Las mujeres, que tienen solo dos días al año para reclamar lo que es suyo, lo que por derecho les corresponde, como es el caso de noviembre y de hoy en marzo, se afanan en hacer visibles sus respectivas denuncias y a esperar a que alguien, desde las Administraciones y el mismísimo sentido común, las atienda y las haga suyas. En marzo lo que se quiere es rendir homenaje a la mujer como tal, aunque especialmente a la trabajadora, que es lo mismo que decir que todas las mujeres, ya que no conocemos a ninguna que no desarrolle alguna labor dentro o fuera de la casa. Por el momento, los planteamientos responden a las necesidades reales de género que nos dan a conocer, como sería el caso de la enorme brecha salarial existente a favor del hombre o las condiciones laborales en las que están obligadas a trabajar. Este año, ¡qué bien!, le añaden una reciente novedad que aún está en pañales, pero que ya ha tenido audiencia en el Parlamento de Londres: eliminar la exigencia que, más o menos veladamente, imponen las empresas a sus contratadas, de acudir, especialmente en oficinas y puestos de visibilidad pública, calzadas con zapatos de tacón. El hecho de que se admitiera a trámite por parte de los parlamentarios y que se esté discutiendo estos días sobre ello, se entiende como un éxito en sí mismo si tenemos en cuenta el fondo del debate.

Sin embargo, la mujer tiene enormes retos que superar en todos los órdenes: desde la conciliación laboral hasta equilibrar en los textos legales los derechos que como persona les pertenecen, a los que debemos añadir los que históricamente les han relegado a unos roles injustos y desde luego nada ajustados a su propia realidad, ya en pareja, ya en solitario. El hombre, que permanece desconfiado en lo más alto de la pirámide de mando desde el inicio del mundo, también se encarga de acotarle los límites en los que pueden desenvolverse con algo de libertad. Mientras, las mujeres se superan a sí mismas cada día y lo demuestran de la única forma que es posible en un mundo que debería estar libre de prejuicios de género: aumentando su cota de presencia en todos los estamentos del Estado y de las instituciones y empresas privadas, superando todas las asignaturas que se les ponen por delante y enfrentándose a su complicado día a día conscientes de ser observadas por atónitos e incrédulos compañeros de camino de escasas ideas y de los que solo reciben sentimientos de envidia. El hoy de las mujeres debemos calificarlo de imparable y extraordinario. Solo el año pasado supuso para ellas, sin propuesta previa aunque sí conscientes de lo que se jugaban, la aportación al mercado laboral de nada menos que 265.000 licenciadas más que los hombres. Eso sí, el machismo empresarial que preside el futuro responde casi siempre con miedo, preocupado por su propio futuro ante la evidente y contundente respuesta del mundo femenino a  su demanda de mano de obra cualificada.


De lo que no estamos del todo convencidos es de que estas citas anuales sirvan de algo; de que las mujeres convocantes obtengan algo más que ánimo para sus justificadas exigencias. De eso debería encargarse la clase política y, tal y como está el patio, nos tememos que la cosa va para largo.