Por fin, y después de
infinidad de reclamaciones oficiales y de afectados, la Confederación
Hidrográfica del Guadalquivir se ha enfrentado con unas de sus
responsabilidades en nuestra ciudad y estos días limpia los arroyos que
desembocan en el Guadalquivir y que en tan mal estado se encontraban.
Naturalmente, justo en estos puntos los trabajadores se han encontrado con todo
tipo de elementos que demandaban su retirada para conseguir la fluidez que
necesitan las aguas que recorren estos arroyos. Y cuando decimos todo tipo de
elementos, queremos dejar claro que no solo se ha tratado de los matorrales
propios de estos terrenos y sí de todo lo que nos sobra: lavadoras,
frigoríficos, colchones, restos de muebles, neumáticos, etc. Se confirma, una
vez más, que somos los mayores depredadores de la naturaleza, los más decididos
y los que menos escrúpulos mostramos cuando de lo que se trata es de dañar el
medio ambiente. ¿Para qué acercarnos al punto limpio y dejar allí lo que nos sobra
si tenemos el arroyo más a mano? Que demos una imagen poco agradable a los
demás no nos preocupa tanto como el mal que hacemos allí donde ponemos nuestros
reales. ¿Ejemplos? Con solo darse un paseo por el camino viejo veremos de cerca
la esencia misma del ser humano para hacerse daño a sí mismo, porque si no
caemos en la cuenta de que este tipo de comportamientos finalmente nos pasarán
factura a todos, mal asunto. Bien, pues el espectáculo está servido: camino
infectado de restos de comida, plásticos, latas, cartones, cristales… Después
de tantos años, de tantas denuncias, de tantos avisos de que hemos tocado
fondo, de que la sierra no puede más, no faltan a la cita los que siguen usando
sus caminos exclusivamente para mancharlos con sus detritus, con los
vergonzosas huellas que dejan en la totalidad del recorrido.
Este fin de semana, de nuevo
miles de jóvenes se pondrán en marcha en la madrugada del sábado con el
objetivo de encontrarse con la patrona en su basílica-santuario y rendirle
pleitesía. Peregrinos del Alba convoca y la respuesta es mayúscula, superando
las tres mil personas y todas con el mismo interés e ilusión. El esfuerzo será
lo de menos; lo que de verdad importa es arrodillarse en el templo y rezar a la
patrona. En ocasión tan importante, en la que miles de almas de los más jóvenes
tendrán la oportunidad de patearse el camino que antes miles y miles de
peregrinos hicieron, conviene que la organización, que sabemos se empeña en el
detalle con gran esfuerzo, y los propios protagonistas asuman su papel y no
caigan en el error de manchar lo que no es suyo, porque recordemos que, en el
campo, nosotros somos meros invitados y debemos comportarnos como tal, o sea,
educados y respetuosos. El esfuerzo de las Administraciones en favor del
mantenimiento de lugar tan salvaje como majestuoso es evidente que tiene un
límite y que no siempre puede estar invirtiendo en las sucesivas recuperaciones
a los que entre todos les obligamos. Los que por esos maravillosos caminos
deambulamos, no caer en la cuenta de que somos ejemplo a seguir es perder la
oportunidad de enseñar a quienes no tienen costumbre de cuidar el medio
ambiente, por lo que, seamos de dentro o de fuera, tenemos contraída una
obligación con la sierra que no necesita de contrato que firmar: mostrar en
todo momento un comportamiento coherente y riguroso, y abandonar las
compartidas costumbres de tirar al suelo lo que nos sobra, de lo que tenemos
muestras más que de sobra y que han conseguido que el paisaje esté intervenido
por nuestra propia basura.
Evidentemente, se trata de una manifiesta incultura medioambiental, pero
es que o aprendemos pronto o no tardaremos en quedarnos sin sierra.