Que nadie crea que la
preocupación de quedar bien por la convocatoria que hace la ciudad con motivo
de nuestra romería, es algo que no nos compete a todos y que debería estar
presente en todos y cada uno de nosotros, porque se equivoca. Que a nadie se le
olvide, también, que en citas de tanta trascendencia popular, de tanta
raigambre como el encuentro anual con la Morenita, cuando se movilizan miles y
miles de personas y sus correspondientes vehículos, que a nosotros también nos
toca parte de la responsabilidad por llevar a buen puerto el día después del
encuentro mariano. Que ojalá sean pocos, escasos, los que andan en el egoísta
desconocimiento y asumen que todo el monte es orégano, y hacen y deshacen como
si su comportamiento y actitud no dañaran el entorno de forma, a veces,
irrecuperable. Que la romería es de todos, los de dentro y los de fuera, y que
todos debemos sumarnos al interés general en la consecución de una celebración
en paz y concordia, que para eso atendemos la llamada de la patrona y por eso
acudimos al cerro, y no tanto para despotricar y mostrar nuestra peor cara a
los demás.
Para la romería de la Virgen
de la Cabeza se movilizan miles de personas desde las Administraciones
responsables y todas con un fin común: ayudar al romero y peregrino en sus
necesidades más puntuales y justificadas. Que éstos acepten de buena gana las
reglas que deben hacer respetar, acceder a las zonas comunes manteniendo orden
y control sobre sí mismos, ubicar sus pertenencias donde se les indique e
intentar en lo posible cuidar el entorno con los mandamientos que deben cumplir
las gentes de buena fe que acuden a los pies de la Morenita, también nos debe
importar. En realidad, es urgente la implicación general de las personas que
acuden a vivir la cita romera en algo tan elemental como es la romería del año
que viene, porque de otra forma las consecuencias propias del descuido y el
maltrato estamos seguros que acabarán dándonos un serio disgusto. Por el
momento, conociendo el número de personas que se dan cita el último fin de
semana de abril y, lo que no es menor, los que visitan la basílica-santuario a
lo largo del año, la situación medioambiental del entorno compartido es
realmente penosa, que no otra cosa le ocurre al camino viejo o de herradura,
que de tanto ir y venir gentes sin escrúpulos y absoluto desconocimiento de las
reglas del civismo más elemental, se cae a pedazos. No importan las campañas de
concienciación que se programen ni los mensajes en favor del control de las basuras
que generemos. Es más, algunos, cuando escuchan que si son capaces de subir al
cerro cargados con los 300 gramos de peso de una lata o un botella y luego, una
vez consumido su contenido, no lo son de mantenerla hasta encontrar un
contenedor o lugar en donde depositarla, no son otra cosa que unos guarros, no
muestran arrepentimiento alguno y desde luego que lo harán tantas veces como
les venga en gana.
Es un hecho, preocupante por
supuesto, que sean miles los esfuerzos económicos, intelectuales y físicos que
genera la romería y que luego, una vez en marcha, no seamos capaces nosotros,
precisamente para los que se ha organizado, de poner algo de nuestra parte en
detalles tan elementales como son la convivencia, el buen gusto y el saber
estar. Naturalmente que es una pena, pero lo peor es que no atisbamos ni
siquiera desde lejos indicio alguno de que la cita romera muestre interés por
cambiar, aunque fuera poco a poco. Evidentemente, una asignatura por aprobar
que nos tememos nos durará aún muchos años.