Los fines de semana comienzan
a complicarse. El hecho de que ferias y celebraciones varias se convoquen por
pueblos y ciudades y que atraiga a propios y extraños, y que una gran mayoría
se desplace en vehículos particulares, es evidente que representa un peligro
añadido por la accidentalidad que se crea alrededor de estos eventos y de la
que, desgraciadamente, raro es el año que no contabilizamos accidentes mortales
por los excesos que cometen algunos conductores. En el afán propio de las
diferentes comisiones de festejos de estas ciudades en fiestas, no faltan las
llamadas a la cita, con invitaciones directas para que acudan a disfrutar de sus
respectivos programas de actos que confeccionan. Y estaría bien si no fuera
porque se nos olvidan detalles como los que invitarían a los ocupantes de los
vehículos a que uno de ellos asuma el riesgo real que tiene conducir bebido o
drogado y se mantuviera sobrio hasta la vuelta a casa con su familia o amigos.
Primero, porque estamos convencidos de que eludiría casi al cien por cien la
posibilidad del accidente; segundo, porque también que casi seguro evitaría la
sanción económica que le caerá por conducir pasado de alcohol. El caso más
reciente, el de la chica que atropelló la semana pasada a los ciclistas que
circulaban próximos a la ciudad de Oliva, que dio positivo en drogas y alcohol
muy por encima de lo aconsejable. A partir de ahora, encarcelada sin fianza a
la espera del juicio que deberá condenarla, su vida se ha roto, lo mismo que le
ha ocurrido a la familia de los fallecidos, y ha dejado paso a una situación de
inestabilidad emocional que estamos convencidos la mantendrá sumida en un dolor
insoportable. Luego de comprobar que su expediente ligado al consumo de alcohol
tenía antecedentes del mismo tipo y que le había sido retirado el permiso de
conducir, ahora lo que le espera es una condena contundente y ojalá que la
retirada definitiva del carné y que no pueda conducir en su vida.
Si las carreteras de segundo
orden, que son la mayoría que unen pueblos y ciudades, son las que más
accidentalidad mortal registran, si somos conscientes de que beber alcohol y
conducir son por completo incompatibles, si no nos faltan datos que nos
informen sobre las consecuencias que se derivan de un mal uso de los vehículos,
no es extraño comprobar que no son pocos los que suelen actuar de forma
totalmente contraria al sentido común. Precisamente esta clase de conductores
son los que finalmente acaban interviniendo en el resto, entorpeciéndoles el
paso, sometiéndolos a adelantamientos peligrosos y consumiendo alucinógenos sin
control. El resultado, un usuario sin reflejos, osado hasta la locura y
dedicado a cualquier menester que no sea conducir. Las estadísticas así lo
confirman y muy pocos son los conductores aplicados que se ven envueltos en un
accidente a no ser que sean estos otros los que los provoquen. Desde luego,
muchas serán las decisiones a tomar por parte de la Dirección General de Tráfico,
entre las que destacan las sanciones en número y en cantidad a pagar, pero si
no se consigue retirar de la circulación a quienes, por su propio expediente,
no merecen contar con un permiso oficial que les permita conducir, las cifras
de accidentalidad se mantendrán, y con tendencia al alza, a lo largo del
tiempo. Si al toro hay que cogerlo por los cuernos si se quiere tener
controlado, a los usuarios suicidas, por su trayectoria, por su comportamiento,
por las sanciones acumuladas, por los excesos que protagonizan y el peligro que
generan en cuanto ponen en marcha su vehículo, retirarles el permiso de
conducir supondría un alivio para el resto. Además, estamos convencidos de que
si se implantara esta política desde la Dirección General, no tardaríamos en
comprobar sus beneficios. Es cosa de probar.