Ayer, justo a las seis y
veinticinco minutos, entraba oficialmente el verano de 2017. Por lo que nos
cuentan los meteorólogos, la cosa se presenta claramente favorable a un
mantenido aumento de las temperaturas a
lo largo de los noventa y dos días que tiene, también oficialmente, de duración
esta estación. Dicho esto, si añadimos que el que avisa es simplemente el
avisador y en ningún caso el traidor, no estaría de más que las mujeres y los
hombres que se encargan de la ciudad y sus servicios dedicaran algo más de
atención a su equipamiento en relación con el calor y las fórmulas desde las
que poder paliarlo de manera que recorrerla, por placer u obligación, resulte
más llevadero y por supuesto que menos peligroso, porque recordemos, siempre
según la Ciencia, que los rayos solares acaban dañando nuestra piel, y la
aparición del cáncer epidérmico está aumentando considerablemente. Dicho esto,
momento es de agradecer que se hayan colocado los toldos que cubren las calles
del centro, aunque nos hayamos visto obligados a reclamarlos unas semanas
antes. En el resto de la ciudad, donde no es viable la instalación de este
sistema de sombreo, todo lo que sea plantar árboles que sí la proporcionen en
el menor tiempo o cualquier otra solución que permita al ciudadano desenvolverse
en la calle de manera más soportable, nos parecería una buena decisión. Por
eso, ahora que andan nuestras autoridades a la caza y captura de calles en mal
estado para reformarlas íntegramente, que no se les olvide la justificadísima
necesidad que tenemos de dotarlas de elementos que no solo las adornen e
integren en el entorno, sino que las equipen de árboles, arbustos o lo que
crean más conveniente con el único objetivo de incorporarlas a aquellas que sí
permiten recorrerlas bien porque la sombra de los árboles o de los toldos
invitan a ello.
Si sabemos que la opinión de
los arquitectos urbanistas y la mayoría de los ciudadanos coinciden en cuanto a
construir ciudades más habitables, en la que los vehículos a motor dejen de
llegar al centro con la facilidad que actualmente lo hacen, en donde los
peatones se desenvolverán mejor y más seguros, en donde el ruido ambiente se
reducirá hasta niveles de seguridad y, finalmente, en donde acabarán
imponiéndose los aparcamientos disuasorios, como es el ejemplo de los jardines
de Colón (aunque no aceptamos que este recinto, por su ubicación, por su
historia y por lo que ha representado siempre como zona de ocio y diversión, se
haya decidido dedicarlo a este menester), es lógico que tengamos que usar más
las piernas para desplazarnos, ganando en salud y movilidad. Conociendo estas
máximas, que por cierto ya se han puesto en marcha en algunas ciudades (y
Pontevedra es un buen ejemplo de lo que les decimos), que en las obras que se
realicen en favor de la mejora de la ciudad se incorporen estas exigencias de
futuro, la verdad es que nos parecería una decisión inteligente, que abarataría
costes posteriores y que situaría a nuestra ciudad a la cabeza de aquellas que
gustan de destacar entre los movimientos ciudadanos que están a favor de
entornos medioambientalmente más saludables.