miércoles, 14 de junio de 2017

PIÉNSELO ANTES DE ABRIR LA BOCA

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Cierto que las cosas no siempre son tan sencillas como parecen, o nos parecen, porque recordemos que somos nosotros, desde la calle, los que juzgamos y firmamos sentencias. De hecho, lo de emitir juicios de valor es algo que no llevamos mal del todo por no decir que somos especialilstas; nos encanta decidir por los demás, y desde luego que cuando un asunto o persona cae en nuestras manos, no tardamos en llegar a conclusiones y, consecuentemente, a dejar claras nuestras intenciones. Sin embargo, no siempre es tan sencillo y, al tiempo de caer en el error de decidir por los demás, no siempre sale gratis nuestro comportamiento, porque recordemos que por medio hay personas que no solo se representan a sí mismas, sino que tienen familia, futuro, sueños, ilusiones y proyectos que compartir con los suyos, como cualquiera de nosotros. Eso de llegar y echar por tierra toda una vida de dedicación y esfuerzo porque, según nuestra opinión, haya cometido supuestamente un error o por envidia, en muchos casos representa la pérdida de los valores habituales que nos acompañan, como sería la confianza, la credibilidad y el cariño de los demás. Lo sencillo, no obstante, es asegurar que éste o aquél es esto o aquello, o que quien era un ejemplo ahora es todo lo contrario. Eso sí, sin aportar pruebas, sin apoyarnos en sentencia judicial alguna y sin conocer en realidad a la persona y menos al asunto por el que lo criminalizamos. De hecho, entre nosotros, socialmente hablando, como tengas la mala suerte de caer en lengua de quienes tienen la fea costumbre de enjuiciar sin más, de echarte encima su bilis porque desde fuera se te ve con algo de brillo, como un triunfador, con un poco más de suerte que ellos o ellas, estás irremediablemente perdido.

Que la envidia es muy mala para todo, que no conduce nada más que al sufrimiento personal, que te quita el sueño y que desde luego no te hace más feliz, es algo conocido, compartido en tertulias familiares y que forma parte de un vicio del que huye la gente de bien. Por todo esto, cuando alguien te diga que te cuides ante los demás cuando de presumir se trate, tenlo en cuenta porque te la estás jugando. Gritar al mundo que uno es feliz supone para el que recibe el mensaje algo parecido a que se lo lleven los demonios, porque no soporta de ninguna de las maneras que el otro o los otros hayan conseguido la felicidad mientras ellos aún andan en su búsqueda. Cuidar el detalle del coche nuevo, de si tienes o no segunda vivienda, dónde vas de vacaciones, la ostentación que hagas en la calle de tus posibilidades económicas y otros conceptos a tener en cuenta, es como hacerte demasiado visible, demasiado vulnerable, y es entonces cuando se inicia el camino hacia el desprestigio, a menospreciarte como persona, a cuestionar tu supuesta fortuna, que no tardará en ser relacionada por cierto con la droga o cualquier otro negocio sucio. Y lo peor de todo este desagradable asunto es que el protagonista de la historia, el vilipendiado y vapuleado públicamente, es el último que se entera. Es más, cuando por fin le toma la medida al bulo, cuando se conciencia de la importancia que ha adquirido lo que se inició como un chisme absurdo, es cuando de verdad asume la importancia y la trascendencia que tienen las habladurías de sus propios vecinos.


Entre nosotros, quizás hartos de tanta pérdida de tiempo en saber cómo les va la vida a los demás, muchos decidieron en su día cambiar de residencia y solo vienen a visitarnos cuando la ocasión lo merece. Y lo peor es que, encima, nos extrañamos de que en su momento tomaran tan drástica decisión.  Sin embargo, recordemos que algunos, o lo hacían o estaban abocados al fracaso familiar cuando no a situaciones mucho más trascendentes. Por eso, por favor, antes de meternos donde no nos han llamado, mejor nos lo pensamos.