martes, 3 de octubre de 2017

CRÍA CUERVOS…

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Cuando el antiguo régimen decidió arrasar España de ciudades menores de diez mil habitantes, pocos creían que esa nueva situación supondría un mal tan enrome como el que ahora padecen ciudades como la nuestra, de casi cuarenta mil habitantes, que no cuentan con infraestructuras en carreteras, en transporte colectivo o por ferrocarril, porque todas las inversiones se las llevan esas tierras. El desmedido afán de aquellos próceres de la patria por centralizar las industrias más pujantes allí donde sabían del rechazo social y que no era otra cosa que una forma descarada de beneficiar a unos para perjudicar a otros, y a los resultados nos remitimos, hace años que acabó con la distribución de la riqueza de forma que las diferencias sociales fueran al menos tan marcadas. Así, País Vasco, Cataluña, Valencia y Madrid asumieron la totalidad de la industria pesada de la que se disponía por entonces y consiguieron para sus moradores las oportunidades de empleo que les robaron a las demás regiones españolas, entre ellas Andalucía, que todavía arrastra el pesado lastre que representó aquella terrible decisión.

Naturalmente, conforme los grandes núcleos industriales demandaban mano de obra, allí acudían los residentes de las zonas más deprimidas, porque no de otra forma consiguieron estas zonas acumular tal número de empresas y de habitantes. Por eso, cuando alguien nacido en esos puntos de la Península califica a los emigrantes llegados a su tierra como desechos humanos, sinceramente sentimos una profunda pena. Uno de estos descerebrados sin memoria, vacíos por dentro y por fuera, de aspecto y discurso fluido y decididamente nacionalista catalán, al tiempo que redomado ladrón junto a toda su familia, o sea, Jordi Pujol, dejó escrito sobre el hombre andaluz tales lindezas, tomen nota: “El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad”. Y no crean, porque fue aplaudido por su intelectual analítica sobre quienes al final resultaron ser el milagro de la pujante economía catalana, entre otras, porque se dejaron esclavizar, porque trabajaron de sol a sol por un sueldo mísero y sin prestaciones de ningún tipo, machacando sus libertades y derechos, vejándolos y coartándoles su derecho a  la libertad. Eso fue lo que ocurrió en realidad y lo que duele especialmente ahora es que los descendientes que estas mujeres y hombres dejaron por esas tierras, los charnegos, que es como los conocen los señoritos pijos que los tratan, no sabemos si por miedo o por no tener memoria desde la que enjuiciar el papel que deben jugar en tiempos tan revueltos, como sería el caso del ya famoso por sus desplantes y frases en el Congreso, Gabriel Rufián, de raíces andaluzas de padre y madre, de Jaén y Granada, o el mismísimo presidente de la Generalidad, Puigdemont, que las tiene en La Carolina, les vemos exigiendo con toda la vehemencia que se les permite la independencia para Cataluña. De hecho, aseguran sociólogos y analistas que los llegados desde otras regiones son precisamente los más separatistas de toda la sociedad catalana, los que encabezan manifestaciones, montan barricadas y ayudan en los colegios para que los niños salgan a la calle a exigirla. ¡Verlo para creerlo!