Cuando el antiguo régimen
decidió arrasar España de ciudades menores de diez mil habitantes, pocos creían
que esa nueva situación supondría un mal tan enrome como el que ahora padecen
ciudades como la nuestra, de casi cuarenta mil habitantes, que no cuentan con
infraestructuras en carreteras, en transporte colectivo o por ferrocarril,
porque todas las inversiones se las llevan esas tierras. El desmedido afán de
aquellos próceres de la patria por centralizar las industrias más pujantes allí
donde sabían del rechazo social y que no era otra cosa que una forma descarada
de beneficiar a unos para perjudicar a otros, y a los resultados nos remitimos,
hace años que acabó con la distribución de la riqueza de forma que las
diferencias sociales fueran al menos tan marcadas. Así, País Vasco, Cataluña,
Valencia y Madrid asumieron la totalidad de la industria pesada de la que se disponía
por entonces y consiguieron para sus moradores las oportunidades de empleo que
les robaron a las demás regiones españolas, entre ellas Andalucía, que todavía
arrastra el pesado lastre que representó aquella terrible decisión.
Naturalmente, conforme los
grandes núcleos industriales demandaban mano de obra, allí acudían los
residentes de las zonas más deprimidas, porque no de otra forma consiguieron estas
zonas acumular tal número de empresas y de habitantes. Por eso, cuando alguien nacido
en esos puntos de la Península califica a los emigrantes llegados a su tierra
como desechos humanos, sinceramente sentimos una profunda pena. Uno de estos
descerebrados sin memoria, vacíos por dentro y por fuera, de aspecto y discurso
fluido y decididamente nacionalista catalán, al tiempo que redomado ladrón
junto a toda su familia, o sea, Jordi Pujol, dejó escrito sobre el hombre andaluz
tales lindezas, tomen nota: “El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un
hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco
hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado
de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre
desarraigado, incapaz de tener un sentido poco amplio de comunidad. A menudo da
pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra
de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un
hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar,
sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría
su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad”. Y no
crean, porque fue aplaudido por su intelectual analítica sobre quienes al final
resultaron ser el milagro de la pujante economía catalana, entre otras, porque
se dejaron esclavizar, porque trabajaron de sol a sol por un sueldo mísero y
sin prestaciones de ningún tipo, machacando sus libertades y derechos,
vejándolos y coartándoles su derecho a
la libertad. Eso fue lo que ocurrió en realidad y lo que duele
especialmente ahora es que los descendientes que estas mujeres y hombres
dejaron por esas tierras, los charnegos, que es como los conocen los señoritos pijos
que los tratan, no sabemos si por miedo o por no tener memoria desde la que
enjuiciar el papel que deben jugar en tiempos tan revueltos, como sería el caso
del ya famoso por sus desplantes y frases en el Congreso, Gabriel Rufián, de
raíces andaluzas de padre y madre, de Jaén y Granada, o el mismísimo presidente
de la Generalidad, Puigdemont, que las tiene en La Carolina, les vemos
exigiendo con toda la vehemencia que se les permite la independencia para
Cataluña. De hecho, aseguran sociólogos y analistas que los llegados desde
otras regiones son precisamente los más separatistas de toda la sociedad
catalana, los que encabezan manifestaciones, montan barricadas y ayudan en los
colegios para que los niños salgan a la calle a exigirla. ¡Verlo para creerlo!