La compartida idea de que la Historia se repite lo
corrobora lo que acontece en Cataluña, es decir, la misma que se vivió en 1934,
y que acabó con la Generalitat encarcelada, que no otra cosa nos tememos que
ocurrirá con los actuales dirigentes de esa autonomía. También hubo
declaraciones incendiarias, desplantes chulescos de los más notables dirigentes
sublevados, revueltas callejeras y, finalmente, ruina para un pueblo que por
esos años era la referencia española dentro y fuera de nuestras fronteras. Con
la perspectiva que nos permiten los más de ochenta años transcurridos, poco o muy poco ha
evolucionado el mundo nacionalista en esa región española. Si sabemos que la
definición de patriotismo es que el amor por tu propio pueblo es lo primero, y
que nacionalismo es cuando el odio por los demás pueblos es lo primero, situar
a los catalanes que se desgañitan pidiendo la independencia no parece
complicado, y más cuando, como hemos comprobado estas últimas semanas, su
xenofobia les ha situado frente al orden
constitucional y quienes lo defendían, como es el caso de los agentes de los
Cuerpos de Seguridad del Estado allí desplazados, que han sufrido todo tipo de
vejaciones, cuando no agresiones físicas. Como declaraba y reconocía una de las
dirigentes de la Generalitat, el dispositivo desarrollado por parte de las
organizaciones independentistas y el resto de actores invitados a la farsa que y
han llevado al mundo para aparecer como mártires de la barbarie españolista,
nace en 2005 y desde entonces y sin detenerse, han montado las estrategias, tejido
la tela de araña que hemos visto al final del proceso y que, entienden, les ha
dado un buen resultado, porque ellos están convencidos de que la república
catalana es una realidad. Evidentemente, no han medido bien la fuerza del
Estado, que llegará a sus instituciones para eliminar cualquier vestigio que
hayan dejado los políticos que hasta ahora las han controlado. Por supuesto,
los responsables de tanto daño infringido al resto de los españoles no quedará
impune, lo mismo que tampoco los millones de euros invertidos en la consecución
de un sueño irrealizable desde su inicio, que deberán ser repuestos en las
tesorerías de donde fraudulentamente se obtuvieron y que serán devueltos al pueblo
catalán. Los anteriores dirigentes del referéndum que encabezaba Artur Mas, ya
saben de la fuerza de la Justicia y actualmente se encuentran empeñados en la
búsqueda de los cinco millones de euros que les reclama el Tribunal Supremo. Si
no, ya conocen las consecuencias, como sería el embargo de sus bienes y
propiedades.
Como sabemos, un pueblo que no conoce su historia está
condenado a repetirla, y eso parece que le ha ocurrido a parte del pueblo
catalán. De nada parece que les haya servido los consejos de los moderados; sus
actuaciones, sus políticas, apoyadas y financiadas con dinero de todos los
españoles, solo ha servido para empobrecer la autonomía más próspera del país.
A partir de ahora, cuando definitivamente el Gobierno se haga cargo de los
designios de esa tierra, el objetivo será recuperar los niveles económicos que
han hundido y dañado el futuro de miles de empresas, algunas de las cuales
decidieron con antelación, viendo lo que se les venía encima, salir de allí
antes de perderlo todo. España entera espera impaciente y expectante la
evolución de los acontecimientos que se producirán a partir de ahora en la vida
de los catalanes, aunque lo que parece importar por encima de cualquier otro
objetivo es conocer lo que la Justicia les tiene preparado a los golpistas. Y
es lógico, porque el resto del censo nacional ha vivido esta desagradable
situación con sufrimiento y entrega, con dolor y pavor. No se trata de hacer
sangre; si acaso, de hacer justicia. Es lo mínimo que unánime y clamorosamente
se exige. Lo único positivo que hemos sacado de todo esto es que hemos echado a
un lado complejos y viejas rencillas y salido a las calles con banderas en mano
sin necesidad de que la selección española haya ganado el mundial. Algo es algo.