Con las prisas y la suficiencia con la que
generalmente afrontamos lo que ocurre a nuestro alrededor, solemos obviar
fenómenos sociales que en poco tiempo, sin embargo, acabarán o implicándonos directamente
en ellos o convirtiéndonos en invitados obligados por lazos familiares o de
amistad. El tema de hoy está ligado directamente con el futuro de muchas
personas y su entorno familiar. Se trata del juego, de la pasión que genera en
quienes gustan de jugarse el dinero, y no solo el suyo y que necesitan para
mantener sus obligaciones familiares, sino el que pueden conseguir usando
engaños cuando no robos. La ludopatía, diagnosticada desde hace años como una
enfermedad mental, ha hecho estragos en quienes lo han padecido y sus próximos,
pero lo peor es que no solo se mantienen sus niveles de participación, sino
que, por diferentes causas que ahora veremos, aumenta preocupantemente día a
día. Los recién llegados a este grupo de personas hacen que la participación de
los españoles en los juegos esté por encima del cincuenta por ciento de la
población total, es decir, más de veinte millones de personas. Unas dedican su
pasión y su dinero a las loterías en
general, bono lotos, quinielas futbolísticas e hípicas, cupones de la ONCE y
otras organizaciones más o menos implantadas en el mercado. Así ha sido a lo
largo de los años hasta que, ¡mire usted por donde!, irrumpen en este mercado
tan complejo otros juegos en los que poder dejarse el dinero a manos llenas,
como es el caso de los bingos “on line" o el póker, en donde te aseguran
que puedes ganar miles de euros con solo una llamada de teléfono. Por si
faltaba algo, ahora se incorporan las apuestas futbolísticas, esas que te
invitan a que apuestes por el resultado final del encuentro de tus equipos, o a
quién mete más goles, etc. Precisamente debido a la aparición de lo que se
conoce en el ambiente como las apuestas desde casa, de las que nadie en la
familia sabe nada y en las que han aparecido las mujeres con una fuerza
extraordinaria, el aumento del número de jugadores está por encima del
veinticinco por ciento.
Planteada la circunstancia y el problema dimensionado
correctamente, lo que no acabamos de entender es la actitud de los gobiernos,
que son los que controlan, autorizan y se benefician directamente de la ruina
de millones de personas, porque esa es la realidad, que nadie se engañe. En el
momento en el que alguien decide invertir dinero en las apuestas, sean del tipo
que sean, y exceptuando algunos milagrosos premios que precisamente son usados
para incentivar la participación de quienes no están convencidos del todo,
deben ser conscientes de que han iniciado el camino hacia el desastre, a la
pérdida de su identidad, de sus principios y del dinero que poseen y el que
puedan conseguir. Por lo tanto, ¿cómo es posible que alguien desde el centro de
decisiones gubernamentales no haya decidido controlar un asunto tan peligroso
como el que nos ocupa y que tanta desgracia ha causado a millones de personas y
familias? Dicen los especialistas que controlan este tipo de fenómenos
sociales, que de los casi tres mil quinientos suicidios que se contabilizan
cada año en nuestro país, más de la mitad de ellos tienen su origen en el
juego. Si la única razón que aporta el ejecutivo para su no intervención son
los ingresos que recibe a diario provenientes del juego, pobre de él, porque
sabemos que este fenómeno social no tardará en arrastrarnos con su ruina a
estadios mucho más complicados. En realidad no debería de extrañarnos, sobre
todo si incorporamos a lo que hoy discutimos el hecho de que no se trabaje por
el rechazo al tabaquismo sabiendo que nos cuesta más recuperar a los enfermos
que los impuestos que se recaudan; o el mismo alcohol, que debería acudir a las
barras de los bares y supermercados con un nivel de impuestos que por sí mismos
limitaran el abuso que actualmente se controla, especialmente entre los
jóvenes, a los que les sale la borrachera del fin de semana por unos euros de
nada.