La crisis catalana, que no dude nadie que nos pasará
factura a todos, se alarga en el tiempo, que no sabemos si se trata de una
estudiada estrategia de los sublevados o una forma de agradar a quien tiene la
ineludible obligación de tomar las decisiones que todos tememos. Situados en el
centro del asunto, comprobamos que llevamos un tiempo incumpliendo una regla de
oro en la que no hemos caído la mayoría y que no es otra que la que asegura que
no se debe generalizar. Sin embargo, el sentimiento mayoritario del resto del
país es todo lo contrario, asegurando que los catalanes son esto o aquello,
cuando siendo justos deberíamos decir que algunos catalanes son separatistas
frente a quienes no lo son ni se lo han planteado nunca. Y lo hemos visto en la
calle, que es donde mejor se percibe la realidad, cuando comprobamos que el
número de ciudadanos que salieron a la calle en Cataluña a exigir el no a la
independencia fue mucho mayor que los que la pedían al tiempo que se llevaban
todo por delante, que es una manera nada original, pero sí muy efectiva, de
parecer que son más en el recuento. De hecho, todas las convocatorias firmadas
por los independentistas han acabado con el mobiliario urbano mermado, con cristales
de escaparates, mesas y sillas de terrazas saltando por los aires, además de
sangre. Ocurre que, en una acción conjunta, perfectamente diseñada y una
magnífica interpretación de los que luego serían testigos en las
investigaciones policiales, los malos de la película han resultado ser los
agentes de la policía nacional y la guardia civil, que no solo han sufrido en
sus carnes los golpes que les han propinado los alterados manifestantes, sino
que los han vejado públicamente ante la impasividad de sus superiores.
El president de la Generalitat catalana, señor
Puigdemont, que viene jugando desde hace meses con los sentimientos del resto
del mundo que no está de acuerdo con él y sus planteamientos independentistas,
contestó ayer al Gobierno central el esperado y temido sí y no, es decir, que
sí, pero no había declarado la independencia. No sabemos si finalmente tendrá o
no importancia la respuesta, pero la puesta en escena desarrollada en la firma
del discurso del president fue de lo más surrealista y ridículo que hemos visto
en los últimos años. Entendemos nosotros que en un momento de tanta trascendencia
como el pleno del sí o el no a la independencia de Cataluña, los gestos y las
declaraciones acaban teniendo una gran trascendencia social y más cuando detrás
se ha contabilizado tanto esfuerzo, tanto dinero tirado por la borda y tanto
dolor entre aquellos que estaban convencidos de que se declararía la república
catalana. Así las cosas, que ahora sepamos que entre estas personas se ha
producido un revés que les pasará factura a los gobernantes, que son muchos los
que han guardado banderas y emociones en un rincón de sus viviendas, es lo
lógico y lo que estamos convencidos acabará creando una nueva realidad social.
Aún queda la otra cita, la del jueves, que será cuando el Senado tomará cuenta
de la respuesta del president y decidirá el sí o el no de la implantación de
los artículos 116 y 155 de la Constitución española, y a ella debemos
remitirnos a la espera de la evolución de los acontecimientos, aunque el
encarcelamiento ayer de los “Jordi” por orden judicial ha dado un giro
significativo a la crisis. Desde luego, no pinta nada bien y suponemos que
finalmente se impondrá la ley y que ésta se encargará de poner a cada cual en
el lugar que les corresponda. El problema es que servirá de bien poco, porque
lo lógico es que el espíritu bélico de los independentistas acabará con la
escasa paz social que se vive ahora. Al final del comentario, volvemos al
inicio recordándoles que en este relato no están todos los que son ni son todos
los que están.