Ayer conmemorábamos el Día Internacional de los
Derechos de los Niños, definición de una celebración con una carga de
emotividad por sí misma que casi emociona. Sin embargo, sin menospreciar los
trabajos, todos importantes, convocados y desarrollados en la jornada de ayer
por las diferentes Administraciones, organizaciones y organismos implicados en
el mundo infantil, la realidad de los menores en el mundo es realmente penosa y
debía avergonzarnos a todos. Desde los que malviven esclavizados desempeñando
trabajos penosos y peligrosos hasta los que son utilizados por proxenetas y
organizaciones mafiosas ligadas a la explotación sexual. Entre nosotros no es
el caso, evidentemente, pero tampoco echemos las campanas al vuelo porque si
hurgamos un poco vemos que no faltan los que padecen malos tratos, abusos
sexuales, vejaciones y son obligados a trabajar siendo menores. Con todo, lo
que queremos destacar son los otros peligros reales en los que se desenvuelven
algunos niños y niñas a nuestro alrededor; no de Indonesia, Bolivia o Nigeria.
De aquí, porque en lo que va de año nada menos que ocho menores han sido
asesinados por sus padres o compañeros sentimentales de sus madres. Y todo
porque los han utilizado para dañar a su progenitora, para hacerles todo el
daño posible, cuando son conscientes de que son sus seres más queridos. Así,
asesinándoles, estos cobardes asesinos infligen un dolorosísimo castigo a quien
es su enemiga y entienden que de esta forma tan dramática consiguen su
objetivo. Ocho menores de diferentes edades han perdido la vida de forma
dramática, pero debemos añadirle a esta situación límite el hecho de que sean
muchos más los que están en peligro. Concretamente una gran mayoría de niños y
jóvenes que formaban parte de un matrimonio y que, luego de una separación
dolorosa y crítica, pasan a ser objetivo de estos desalmados sin escrúpulos y
sin entrañas.
Así están las cosas. Mientras que los menores son
utilizados por unos y otros como arma de mercadeo en las rotas relaciones
sentimentales, las Administraciones siguen esperando que se imponga la cordura
y el sentido común en estas situaciones para así evitar intervenir. Menos mal,
eso si, que por fin el Gobierno ha reconocido a los niños y niñas en esta crítica
situación como víctimas del terrorismo doméstico y al menos serán atendidos en
sus necesidades más perentorias; entre ellas, una aportación económica que les
aliviará el terrible vacío vital en el que han quedado. Por ahora, y ojalá se
detuviera esta insufrible masacre, más de cincuenta mujeres han sido asesinadas
en lo que va de año. Si echamos la vista atrás vemos que en 2007 fueron 71; en
2008, 84; en el 2009, 68; en 2010, 85; en 2011, 67; en 2012, 57; en 2013, 57;
en 2014, 59, y, en 2015, fueron 53 las mujeres asesinadas. Es decir, 665
mujeres asesinadas a lo largo de este período, exactamente diez años. Dicho así
suena como una suma más, pero no lo es de ninguna de las maneras. Al contrario,
porque esta cifra de muertes violentas arrastra tras de sí a cientos de menores
que de la noche a la mañana quedan huérfanos de padre y madre; de padre porque
ha sido el asesino de su madre y jamás tendrá su perdón; de madre por razones
obvias. Qué actuaciones e intervenciones
ha ejecutado el Gobierno, escasas por no decir nulas. De hecho, de no ser
porque a estos menores que han sufrido una guerra de pareja que nunca
entendieron y que les ha marcado para toda la vida, les acogieron sus
familiares, especialmente los abuelos maternos, que les aliviaron y que les han
puesto en circulación de nuevo aunque no sin secuelas de las que les será
difícil defenderse. Por todo esto y por lo que nos dejamos para otra ocasión,
más que celebrar el día internacional de los derechos del niño debíamos
plantearnos qué tipo de políticas deben implantarse para evitar las
consecuencias de tanta locura y odio que vive entre nosotros.