El Ayuntamiento y más
concretamente sus Delegaciones de Medio Ambiente y Servicios, ha iniciado una
tarea que, en principio, se presenta bastante compleja. Se trata de concienciar
a los ciudadanos en algo tan elemental como es el cuidado por todo lo público,
es decir, los equipamientos urbanos que encontramos al paso y que no tienen
otro fin que el de facilitarnos el normal desenvolvimiento en la ciudad. Así,
los aparatos de gimnasia que hallamos en los parques, o los bancos para el
descanso que nos esperan en las calles, o los paneles de información, o los
maceteros que embellecen el entorno, etc., que han sido adquiridos no sin
esfuerzo, porque su costo es casi prohibitivo, y que son de todos sin
excepción. O sea, que cuando alguien decide atacar este tipo de elementos con
el malsano objetivo de romperlos, lo que en realidad ocurre es que su
estropicio lo pagamos todos nosotros. Es cierto que no es nada difícil de
entender, pero también lo es que lo de la educación cívica debe ser que está
mal pagada y de ahí que casi nadie la practique. De hecho, tres cuartos de lo
mismo ocurre con el tema de las defecaciones de los perros, esas mascotas a las
que tanto queremos y por las que lo daríamos todo, que cuando las sacamos a la
calle con el descarado objetivo de que sea en éstas donde hagan sus
necesidades, contadas son las personas que las recogen. Es más, existen códigos
no tan secretos entre estos viciados ciudadanos, como es que se está hablando
por teléfono o mirar hacia el lado opuesto en el que se encuentra el animal,
para eludir la responsabilidad que adquieren desde el momento que ponen el pie
en la calle de todo lo que su mascota realice. Por otra parte, estos
maleducados suelen esconderse en las calles menos iluminadas o poco transitadas
con este mismo objetivo, es decir, evitar recoger las cagadas del animal. Causa
directa: caídas de los paseantes por los resbalones que provocan, malos olores
y transmisión de enfermedades, entre otras. Si ahora el Ayuntamiento ha decidido
poner algo de orden en el actual descontrol, entenderán los afectados que ya
estaba bien, que se había sido excesivamente permisivo y que ha llegado el
momento en el que hay que poner el freno y garantizar al resto de la ciudadanía
que este abuso no seguirá produciéndose.
En el apartado de los
escombros y los muebles y colchones que nos encontramos junto a los
contenedores de basura, lo mismo. Cuando alguien efectúa obra en su casa, para
la que por cierto no ha pedido la licencia municipal necesaria, consciente de
que los restos de la obra son muestra más que suficiente para que sirva como
denuncia, lo que deciden es sacarlos a la calle de noche y ocultos de forma que
no sean vistos. Luego, ya se sabe, buscan una carretera cualquiera, más o menos
alejada del núcleo urbano, y allí depositan lo que podía y debía depositar en
los puntos que oficialmente están dedicados a este menester. Así, salir hoy al
campo y encontrarte con estas escombreras ilegales es lo habitual, y no crean
ustedes que eligen sitios en los que pasen desapercibidos; al contrario, dará
lo mismo una cuneta, en medio del camino o del olivar más próximo. Lavabos,
inodoros, azulejos, tuberías y, sobre todo, restos de obra de todos los tamaños.
En el apartado de muebles y colchones, tres cuartos de lo mismo, ya que aunque
se hagan los despistados, saben que la retirada de estos elementos de la vía
pública se hace todos los jueves y que antes, con veinticuatro horas de
antelación, se debe avisar telefónicamente. Las consecuencias que se derivan de
estos despropósitos son evidentes y desde luego que nada positivas si lo que
queremos es una ciudad que se proyecte hacia el visitante con sello de limpia y
equipada. Repetimos que, en contra de lo que muchos razonan, no se trata de
limpiar más, sino de ensuciar menos.