Hace unos días reflexionábamos sobre las urgencias de
los hospitales en general y el nuestro en particular. Sin duda, es un asunto
compartido por todas ellas y la del Alto Guadalquivir no iba a ser menos. Lo
que ocurre es que por proximidad y necesidad, conocemos mejor cómo se
desenvuelve la nuestra. Y de ahí que decidiéramos compartir con ustedes un
fenómeno social para el que, desde ningún punto de vista, se crearon estos
servicios hospitalarios. Su filosofía no es otra que la atención inmediata de
los enfermos que lo necesitan justificadamente, especialmente los accidentes de
tráfico, infartos, ictus, traumatismos, accidentes caseros… En definitiva, lo
que de verdad demanda justificadamente atención sanitaria inmediata. La
realidad de este servicio, evidentemente, no se parece en nada a lo que ocurre
diariamente. Las razones las dimos en la reflexión de hace unos días y no
creemos que sea bueno repetirlas, y más teniendo en cuenta que algunas de las
personas que lo comentaron mostraron su desacuerdo de forma ordinaria, soez e
injustificada, ya que no pretendíamos criminalizar a nadie y sí dejar
constancia de lo que ocurre en el servicio de urgencias de nuestro hospital. De
hecho, si los profesionales de ese servicio hablaran, dieran a conocer su
opinión, no duden ustedes que la fotografía más parecida sería la nuestra. Y no
tanto porque el trabajo les agobie, que no, y sí porque el mal uso que se hace de la sanidad pública
en este apartado repercute en el resto de servicios y en su calidad final.
En cuanto a los comentarios que recibimos en respuesta
a nuestra reflexión, agradecer a todos, sin excepción, el que nos dedicaran
algo de su tiempo y mostraran su apoyo o todo lo contrario. Evidentemente, no
podemos estar de acuerdo con todos, pero es algo que forma parte de nuestro
trabajo, que es público y de libre acceso. Como mucho, nos atrevemos a decirles
que lo que se lee, sea quien sea quien lo escriba, hay que leerlo bien antes de
opinar, detalle que desgraciadamente hemos comprobado que ha sido así en muchos
de ellos y que, precisamente por esto, pierden legitimidad. Como diferencia la
filosofía de la calle, en caso de tener sed de venganza, recuerden que ésta
debe tomarse en plato frío. Lo que no ha reposado, lo que se dice en caliente,
nunca es objetivo. Dicho esto, los que denunciaron que el problema era de falta
de personal, erraron en su juicio; los que aseguraron que éramos unos
xenófobos, cayeron en su propia trampa, y las estadísticas nos dan la razón;
los que aseguraron que era su derecho, es evidente que no conocen nuestro
sistema sanitario. Las urgencias de los hospitales no están para atender unas
anginas, un constipado, un dolor de espalda o de codo, y sí para actuar de
inmediato en enfermedades o dolencias que justificadamente lo demanden. El resto
de necesidades de salud que demandemos deben ser atendidas y valoradas por el
médico de familia, que para eso está, y que es el único que tiene la facultad
de enviarnos al hospital en busca de la analítica precisa que conduzca a un
diagnóstico real del enfermo.
Naturalmente, el caramelo que supone lo de acudir a
las urgencias en busca de atención para un mal que a veces padecemos desde hace
unos días y que nos lo solucionen en unas horas, no le amarga a nadie. Lo que
ocurre es que esta actuación lo que en realidad hace es entorpecer el trabajo
de los profesionales dedicados a las urgencias y, consecuentemente, influir en
la atención de quienes de verdad lo necesitan. Esto es así y no otra es la
razón que nos invitó a firmar el comentario anterior. Porque la saturación que
vive este servicio especialmente los fines de semana es realmente insoportable
y sin justificación alguna. Y se puede evitar. ¿Cómo? Ustedes mismos.