Teníamos que esperar. Lo de
llegar los primeros a escribir o relatar sobre la triste historia de Gabriel,
el niño almeriense presuntamente
asesinado por la compañera del padre, nos parecía excesivo, morboso e
inútil. Precisamente para este tipo de noticias tan alarmantes como dolorosas,
la presencia de los medios de comunicación nacionales son más que suficientes,
independientemente de que algunos de ellos hayan caído en los mismos vicios o
defectos que denunciamos con respecto a la presentación de la noticia.
Nosotros, como seguro les ha ocurrido a ustedes, hemos asistido horrorizados al
relato que nos ha ido llegando conforme se consumían los días de la
desaparición del pequeño. Nuestra capacidad para la sorpresa se ha vuelto a ver
superada con creces, porque seguimos sin entender la capacidad para albergar
odio que debe tener la compañera sentimental de su padre, Ana Julia, quien
finalmente ha acabado con su vida. La sangre fría que ha mostrado mientras se
ha mantenido la búsqueda, compartiendo con voluntarios y sus padres el rastreo
por las zonas previstas por la Guardia Civil, hablándoles a las cámaras que era
un niño de buenos sentimientos que debían dejar en libertad sus captores. El
trabajo que han desarrollado las fuerzas del orden ha resultado positivo una
vez la declaración de esta chica es de culpabilidad, pero mientras los días
transcurridos han resultado ser una tortura añadida a la ya de por sí débil
fortaleza de los familiares, y muy especialmente de sus padres.
Como no podía ser de otra
forma, alrededor de este asesinato han corrido ríos de tinta y no siempre con
acierto y mesura. No han faltado mensajes xenófobos ni hemos echado de menos la
sed de venganza de las miles de gargantas que pedían acabar con la vida de Ana
Julia a las puertas del cuartel de la Guardia Civil. En el lado opuesto, como
un remanso de paz, los padres de Gabriel han mostrado una capacidad de perdón y
saber estar que a más de uno le habrá servido para pensar que con el odio no se
va a ninguna parte. Incluso después de conocer la terrible noticia de su
asesinato han mantenido la cordura y el sentido común que merece la memoria de
su niño frente a los mismos de siempre que exigían el patíbulo para ella y su
delito. Comprobado está el beneficio que aporta la capacidad que posee el ser
humano para interpretar con justicia lo que ocurre a su alrededor, desde luego
muy alejado de quienes ansían vengarse casi sin control. La Justicia se encargará
de la condena que le corresponda, que para eso precisamente existen los
tribunales y los jueces que los presiden, y nosotros debemos aceptar sus
decisiones asumiendo que no tenemos idea de cómo interpretar el caso y menos de
qué pena merece.
La realidad es que han
asesinado a un ángel que tuvo la mala suerte de interponerse entre su padre y
su compañera, que lo veía como un estorbo para, parece, sus planes de irse a
vivir a su país, la República Dominicana. A lo largo de los años que ha
residido en España su vida ha estado salpicada por escándalos amorosos de
importancia, aunque la muerte de su hija por una caída desde la ventana del
edificio en que residía en Burgos, ha acabado por enturbiar lo que de ella se
conocía. Por cierto, si podemos evitar los mensajes que intentan identificar a
los emigrantes con los delitos de todo tipo o por el color de su piel, mejor
para la convivencia de todos. Con este asunto de por medio hemos dado una
preocupante muestra de falta de salud mental que convendría que la analizara un
especialista antes de llegar al diagnóstico adecuado. Cuando acertar se
presente difícil, guardar silencio es lo mejor que podemos hacer y lo que más
nos conviene. Por eso deberíamos seguir el ejemplo de paz que nos han dejado
los padres de Gabriel.