martes, 3 de abril de 2018

EL CAMPO ES DE QUIEN LO TRABAJA

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Y menos mal que las cooperativas olivareras y las almazaras, al menos algunas de ellas, dejaron de vender el aceite a granel, porque de otra forma hoy no pasaríamos de ser simples y esclavizados jornaleros en manos de las multinacionales. Lo del valor añadido es algo que entre nosotros no cabe, no es bien aceptado o simplemente no han sabido vendérnoslo como el asunto exige, porque lo que sabemos ahora es que es precisamente la manipulación o el envasado de lo que se produce es lo que realmente deja dinero. Primero, porque se generan puestos de trabajo directos e indirectos; segundo, porque al acabar la campaña seguimos ligados al producto en su manipulación y su posterior venta. Sin embargo, casi el cien por cien de la producción del algodón es andaluza y no tenemos ni una sola fábrica capaz de manipularlo. Lo mismo ocurre con las naranjas, de las que poseemos más de cuarenta mil hectáreas, y no contamos con una fábrica que se dedique a la extracción de su zumo, por ejemplo. Pero hay más, porque ¿y las pipas de girasol y los tomates? En general, somos la huerta y la tierra que más y mejor surte de materia prima al resto del país a cambio de nada, porque, si nos paramos a pensar en lo que perdemos, comprobamos que dejamos ir más de lo que recibimos. La industria de transformación brilla por su ausencia entre nosotros y es ahí donde reside parte del endémico perfil de nuestra tierra en el resto del mundo, en que no hemos sido capaces de hallar la solución a buena parte de nuestros problemas económicos.

Eso sí, somos consumidores natos de todo lo que nos viene de fuera, es decir, que adquirimos lo que aquí producimos y que nos llega por diferentes canales de distribución desde factorías que los manipulan, los empaquetan y los envuelven en papel de celofán y mucho colorido. Pero son nuestras zanahorias, nuestras acelgas o nuestros pimientos y nuestras alcachofas. Y lo mismo ocurre con las prendas de ropa de algodón que enviamos sin ni siquiera desmotar. Naturalmente, lo del precio es harina de otro costal, ya que es ahí donde de verdad se pierde el dinero invertido por parte del agricultor en la obtención del fruto sembrado. Sin ir más lejos, la semana pasada conocimos la noticia de que un agricultor manchego, harto de ser esquilmado por las multinacionales, decidió dejar sin recoger las patatas sembradas porque le pagaban el kilo metido en sacos a cero cinco céntimos. Se dijo a sí mismo y luego lo hizo saber al mundo que para vivir de rodillas más le valía morir sentado. Solo los colectivos que han podido imponerse al ímpetu, cuando no chantaje, de las grandes empresas o centrales de compras, han salido adelante no sin problemas, pero la realidad en la que se desenvuelven hoy no tiene parangón con cualquiera de las conocidas anteriormente.

Evidentemente, no conocemos la fórmula ni tan siquiera si es viable lo de abrir  canales de venta de forma particular por parte de los gremios que actualmente dependen de otros mercados, pero sí que el Ministerio de Agricultura también debía independizarse de los “lobbies” que lo manejan y dedicarse a mejorar la vida de las gentes del campo. Eso y controlar férreamente a quienes, con el esfuerzo del productor, obtienen sus grandes  beneficios, ya que por el momento son ellos los que en realidad controlan las producciones de la totalidad del país y quienes ponen los precios en origen.