Nosotros, que somos mucho de
calle, que estamos convencidos de que es ahí donde están las oportunidades en
general y que insistimos mucho en que la vida nos espera en cualquiera de
ellas, hemos compartido con todos ustedes la importancia que se desprende de
las manifestaciones que, cada vez con más asiduidad y en mayor número, salen a
la calle en busca de justicia para su causa. De hecho, ayer mismo le dimos el
dimos este espacio a la que han protagonizado los jueces de nuestro país, que
reclaman más atención del Gobierno para una serie de reivindicaciones a las que
hasta ahora nadie ha respondido. Sin embargo, comprobamos que lo de los
jubilados y pensionistas toma cuerpo en todo España y que, aunque sea Bilbao la
ciudad que más gente convoca todos los lunes y quien con más fuerza mueve al
resto de los protagonistas, se movilizan de modo general y con una fuerza que
nadie esperaba, al menos no los que menospreciaban sus mensajes y su presencia
en la calle, insistiendo en que sus gritos y la lectura de sus pancartas no
serviría de nada porque el Estado no iba a responderles aceptando sus
exigencias. Ya hemos visto que sí, que no han tenido más remedio que dar
explicaciones e incluir en los presupuestos generales la subida de un tres por
ciento por escalas y desde luego muy alejado del cero veinticinco por ciento de
todos los años.
Si a la “manifestación de las
arrugas”, que es como ellos mismos se llaman, les unimos las que protagonizan
los que se temen lo peor y luchan desde hace años por una sanidad pública, los
que hacen lo propio por una educación laica y pública, los que reclaman mejoras
en las carreteras que les importan, los que exigen puestos de trabajo y un
mejor reparto de la riqueza, los que denuncian masivamente atención para sus
problemas, la realidad es que a nuestros gobernantes les han salido uno
forúnculo de complicada resolución. Se entiende que la calle es el mejor
escaparate en donde exponer las quejas ciudadanas y actualmente nadie se
plantea reuniones en lugares cerrados y desde allí mandar sus denuncias a
quienes corresponda, sencillamente porque son conscientes de que o no llegan o
simplemente se obvian. De hecho, unas de las quejas mayoritarias de los
ciudadanos con respecto a sus relaciones con las Administraciones en general es
precisamente el escaso interés que ponen en la resolución de sus problemas. Una
vez comprobado que lo de manifestarse suele dar en la mayoría de las ocasiones resultados
positivos, entenderán ustedes que los trapos sucios ya no se laven en la casa y
se saquen a la calle en busca de atención. Entre la clase política que se ve
retratada y denunciada públicamente, eso de que le echen en cara su
despropósito no debe ser bien visto y de ahí que la respuesta no tarde mucho en
llegar. O así debería de ser, porque la verdad es que algunos llevan
reivindicando justicia para sus causas y lo vienen haciendo desde hace años sin
resultados positivos. Sea como sea, la calle se ha convertido ahora más que
nunca en un altavoz de grandes dimensiones desde el que proyectar las demandas
de quienes las padecen y a eso se aferran organizadores y sufridores,
especialmente cuando de lo que se trata no es solo de buscar justicia, sino
apoyo para sus reivindicaciones. Ya lo saben: en la calle está la vida, nuestro
futuro y la solución a muchos de los problemas que nos la amargan.