Misión imposible ha sido estos días encontrar una mesa
o un restaurante en el que degustar nuestra gastronomía, compartida o no. Sin
duda, podemos decir que la hostelería de nuestra ciudad ha hecho su agosto en
mayo y parte de junio, porque aún quedan comuniones por celebrar. La demanda ha
sido enorme, dándose la circunstancia de que algunos de nuestros negocios
hosteleros han cerrado en este período más de ochenta reuniones familiares por
esta causa. Pero tampoco han faltado a la cita los que no dan tanta importancia
al lugar como al encuentro familiar y de amistades, para lo que han preparado
viñas, viviendas particulares, cocheras y plazas de aparcamiento y aseguran que
lo han disfrutado tanto como si lo hubieran convocado en un restaurante de
cinco tenedores. Dicho esto, afirmar que el dinero se ha movido con mucha
fuerza y que los negocios y empresas que dedican parte de su actividad a
atender la demanda propia que generan las comuniones, nos parece poco. Así,
desde los que se encargan de confeccionar los trajes de los comulgantes, los
que se preocupan de los complementos, del vídeo y la fotografía, de sus
zapatos, de su aspecto (porque las peluquerías juegan un papel muy importante
en estas convocatorias), de los regalos, de los viajes que suelen organizarse
para después de la celebración, etc., el trabajo ha sido frenético y,
evidentemente, muy rentable al tiempo que cansado. Por lo tanto, nada de
frivolizar sin más el fenómeno comuniones, porque a la vista está que son
cientos las personas y las empresas que se benefician directa o indirectamente
de su convocatoria.
Otra cosa es la importancia social que se le ha dado
en los últimos años y que nos recuerdan muchas de ellas a otro tipo de
celebraciones, como sería el caso de las bodas. Por el número de invitados, por
los menús que se eligen, por el costo de éstos, por el movimiento de personas
que generan a su alrededor, desde luego que no se parecen en nada a las que
vivíamos hace solo unos años y que convocaban exclusivamente a un escaso
círculo de familiares y amistades. Cuando llega mayo, muchas familias están
obligadas no solo a hacer un hueco en su agenda social y dar cabida a una
comunión, sino a controlar sus gastos con mucha delicadeza si no quieren tener
problemas a final de mes, puesto que el desembolso no es poco y, además, casi
nunca viene solo, es decir, que son invitadas a varias de ellas. Las bodas, que
también son propias de la primavera, tampoco son cosa baladí, que ya sabemos lo
que acarrean en vestimentas y regalos y el agujero que nos hacen en los
recursos económicos de los que disponemos. Si afirmamos que se trata de un mes
especialmente exigente en cuanto a citas extras y celebraciones variadas, desde
luego que acertamos de pleno. Ocurre, no obstante, que como unas y otras nos
son comunicadas con tiempo, este detalle nos permite distribuir los recursos de
forma que acudir a ellas no acabe siendo excesivamente gravoso. Ligado a este
fenómeno social, comprobamos que es muy importante el número de personas que
eligen el mes de mayo para salir de vacaciones cuando antes lo hacían los meses
de julio y agosto. ¿Coincidencia? Cuando hemos preguntado el por qué mayo, la
respuesta oficial es que son menos caras, disfrutan más del descanso, hay menos
gente en las playas… En realidad, lo que hacen es huir de comuniones y bodas
como almas que se lleva el diablo. Es más, no han faltado los que se han
entretenido en sumar el costo de participar en estos encuentros familiares y
han llegado a la conclusión que su aportación económica equivale a unas
estupendas y lujosas vacaciones, y eso es lo que han elegido. Ya ven: hay gente
para todo.