Hace unos días compartíamos con ustedes la importancia
económica que acaban teniendo para algunos negocios las convocatorias sociales
como las bodas y muy especialmente las comuniones, que era en realidad de lo
que les hablábamos. Hoy volvemos al tema, aunque desde una perspectiva
diferente, ya que la cosa va de las graduaciones, de los finales del curso y de
otras citas que no siempre se pueden justificar y que, lo queramos o no, acaban
con los ahorros de muchas familias. De hecho, si en cualquiera de ellas
concurren las circunstancias de tener unos o dos hijos, la celebración de la
graduación de cada uno de ellos, sumando costos, representa un serio mordisco a
la soldada del mes y algún pellizco a los ahorros. Entre vestimentas, regalos y
la celebración como tal, desde luego que cuesta lo suyo. Pero es que hace unos
años las graduaciones se convocaban y compartían cuando eran de verdad, porque
lo de ahora sinceramente es demasiado. Y es que hasta los alumnos de infantil
tienen hoy prevista su graduación y así sucesivamente hasta que alcanzan la
selectividad. Y no acaba ahí tampoco, porque una vez en la universidad, entre
fiestas de primavera, de invierno y de inicio y final de curso, la suma total
de la aportación económica que todo el conjunto representa a las familias les
ocasiona un roto económico muy importante.
Cuando las graduaciones se celebraban con razones
justificadas, es decir, cuando se pasaba del colegio al instituto y de allí a
la universidad, se sabía con años de antelación y era más asumible; todo era
más normal. Ahora no, ahora el asunto se nos ha escapado de las manos y lo de
menos es la edad del escolar ni el salto que dé en su recorrido. En realidad,
como aseguran y avisan los psicólogos, cometemos un grave y tremendo error con
esta llamativa e incongruente manera de premiar a quienes, entre sus
obligaciones ineludibles, está la de aprobar los cursos con notas aceptables.
Permitir que los menores, desde muy niños, acepten la graduación y la fiesta
correspondiente como un premio añadido a los que reciben en su cumpleaños o su
onomástica o en Reyes, sinceramente no creemos que sea algo que debamos apoyar.
Por supuesto, ni de lejos queremos enmendar la plana a nadie y menos
interrumpir costumbres. Sí, naturalmente, expresar nuestra opinión, que la
basamos en los escritos de profesionales muy cualificados que nos avisan de que
el camino que se ha escogido no es precisamente el mejor para los más pequeños
de la casa.
Que este tipo de convocatorias, de reuniones sociales,
genera un negocio de gran valor para los comercios y las empresas que se
benefician de ello, es evidente. Es más, una cifra económica tan importante y
tan repartida no conviene perderla de vista y nosotros estamos por completo de
acuerdo en que así sea, pero quizá los planteamientos no deberían ser los que conocemos. De todas
formas, como nuestro papel es el de inquietarles a ustedes, aproximarles a lo
que ocurre a nuestro alrededor y que no siempre detectamos a tiempo y de la
forma que exige su control, no otra cosa pretendemos con nuestro comentario de
hoy. El fenómeno que han alcanzado las celebraciones de las graduaciones debe
ser analizado en los centros escolares, que es donde en realidad se cuecen, se
programan y se comparten. Las AMPAS tienen mucho que decir en todo este asunto
y de hecho deben ser ellas, padres y madres, los que decidan sobre su
futuro. Nosotros quedamos a la espera de
lo que acuerden.