Los que trabajamos o nos desenvolvemos en los medios
de comunicación, asumimos que somos objetivo de los intransigentes, de los que
aseguran ser demócratas de toda la vida, pero
que es un sentimiento que en realidad les viene grande, aunque, por
supuesto, presuman de serlo de toda la vida. Estos personajes y los partidos que los apoyan,
además de no tener del todo clara la forma de actuar en momentos en los que
debían mostrar tranquilidad cuando las cosas no les van bien, son de los que
pierden los papeles al instante. Es evidente que las críticas, aunque las
entiendan justas y sepan a conciencia que han errado en el fondo y en las
formas, les superan, les muestran tal como son y es entonces cuando sus decisiones
les traicionan. Por lo tanto, lo de acabar con el mensajero, que sería lo mismo
que si la tomáramos con el cartero que nos trae un correo que no nos gusta, es
su meta y ponen algo más que esfuerzo en conseguirlo. En nuestro caso, desde
presionar a algunos de nuestros clientes para que nos retiren la publicidad
(para lo que no les han faltado ayudantes y que en muchos casos lo han
conseguido) hasta montar una manifestación ciudadana (afortunadamente fallida)
exigiendo el cierre de la emisora, no nos han faltado experiencias
desagradables que no han pasado desapercibidas entre quienes ponemos en marcha
diariamente el equipo emisor y compartimos el trabajo con todos ustedes. Por
supuesto, no han faltado dolosas actuaciones que han venido a alterar nuestra
dinámica de trabajo y de generar inquietud y miedo en la plantilla. Pero de
todo hemos salido airosos y con ganas de seguir en la brecha, en el camino de
la verdad como única referencia desde la que justificarnos ante la audiencia.
Naturalmente, no caemos bien a todo el mundo ni tampoco lo pretendemos; lo
nuestro es mucho más sencillo, ya que se trata de compartir con la ciudad las
noticias que nos llegan y darle la forma que creemos más adecuada. Dicho esto,
cuando se nos vienen encima noticias firmadas por personas de importancia
política o de cualquier asociación o colectivo, no podemos ni debemos eludir
nuestra obligación profesional de hacerla pública. Antes, faltaría más, nos
ponemos en contacto con los aludidos para que contrasten la información y se
defiendan, en su caso. De no ser así, nuestra obligación es hacerlo saber a
quienes nos escuchen para que sean ellos los que valoren su actitud. Justo ahí
acaba nuestra responsabilidad, cuando damos la vida a la noticia. Si a partir
de ese momento las consecuencias que devienen de ella no son del agrado del
denunciado, por supuesto que no nos alegramos, pero es nuestro trabajo.
Naturalmente, dependiendo de cómo, cuándo y dónde actúen los protagonistas, así les dedicaremos
el tiempo que merezcan.
Pues bien, en síntesis, esta nuestra tarea diaria. Los
que interesadamente ven fantasmas y vicios en lo que hacen los demás y no son
capaces de mirarse a sí mismos como merecedores de críticas o bendiciones,
muestran una ineptitud preocupante en su vida profesional. Y más si sus
intenciones son las de dirigir la nuestra, porque entonces es lo que nos
faltaba. ¿Y cuál ha sido el premio que nos han concedido por ejercer nuestro
trabajo con profesionalidad y exquisitez? Ignorarnos cuando han convocado la
rueda de prensa con los medios locales. Y lo que es peor, para rechazar las
declaraciones de la concejala de Promoción Local de nuestro Ayuntamiento que
solo podían haber escuchado en Radio Andújar. Vamos, rizando el rizo, que diría
el castizo. De todas formas, camino hasta las municipales del año que viene
queda suficiente tramo como para recuperar las formas, el sentido común y
el estilo, que en política tanto echamos
de menos.