El día, la hora o el año que
la clase política, sea la que sea y desarrolle su tarea en el lugar más
recóndito del mundo, asuma que la ciudadanía está hasta la coronilla de sus
caprichos, abusos y veleidades usándola como escudo protector para hacer y
deshacer como les viene en gana, cuando menos descansaremos, que no es poco. Si
no se lo creen, observen la realidad española en este momento, con una región
de España reclamando independencia y otras, especialmente el País Vasco,
observando con algo más que interés el desarrollo descabellado de esta
propuesta para hacer lo propio, mientras el emporio económico que había
alcanzado Cataluña se cae a pedazos y con un futuro desolador. Por otro, y a
causa de este desajuste catalanista, los partidos políticos que rodean al
actual Gobierno, que entendemos deberían arroparlo sin condiciones dando una
clara muestra de estar al lado de los constitucionalistas en momentos tan
delicados, dando la tabarra diariamente con la reclamación de elecciones. Por supuesto,
no tienen otra intención que aplicar el artículo 155, que ya saben ustedes
interviene la autonomía y controla la dinámica de ese gobierno puntualmente. De
lo que harán el día después, no saben o no contestan. Y como es evidente que lo
del patriotismo ha calado hondo y no faltan los convencidos de que nada mejor
que llevar tanques, obuses y ametralladoras a un territorio en el que, además
de formadas brigadas ciudadanas dispuestas a echar abajo el actual sistema,
conviven millones de personas que el único mal que han hecho ha sido observar
con preocupación la evolución de un enfrentamiento y la deriva hacia el caos de
lo que han construido con mucho esfuerzo. Lo de dialogar, lo de huir de gestos
y dar paso a la diplomacia, lo de ponerse a trabajar antes de tomar decisiones
de las que nos arrepentiríamos al minuto de imponerlas, de eso no se habla. Y
es que algunos partidos, ansiosos sus líderes de enarbolar la bandera de la
guerra, solo utilizan una fórmula y ésta se basa en reclamar unidad de objetivos
a la totalidad de la ciudadanía, es decir, una utopía como una catedral que,
por si echamos de menos leña en el fuego, la avala incluso un expresidente del
Gobierno y quienes siguen confiando en sus postulados, que es lo que faltaba
para que nos preocupemos de verdad.
Visto desde lejos, con
perspectiva, la independencia catalana sencillamente no será realidad nunca, al
menos en los primeros quinientos años. Sobre todo porque quienes la reclaman es
gente menor, de escasa intelectualidad que han sido colocados a dedo con el
único fin de hacer el ridículo y es hasta posible que acaben con sus huesos en
la cárcel. No obstante, el hecho de que, día a día, caso a caso, mordisco a
mordisco, Bélgica haya caído en la trampa y las declaraciones de sus
gobernantes dejen por los suelos nuestra democracia y sus instituciones, sí que
debía preocuparnos. Y no tanto por lo que opinen de nosotros y sí porque la
Unión Europea debe ser completa y de ninguna forma un Estado puede cuestionar a
otro, que es lo que nos está ocurriendo. Allí, en ese país, se encuentra el
cobarde de Puigdemont, huido de la Justicia porque no tiene argumentos con que
defender su actitud y no como dice, porque no existe democracia en España. Y no
está solo. Ahora se le ha unido hasta un rapero mal educado e impertinente, que
ha sido arropado con mimo y cariño por el juez de turno. Es tal el despropósito
belga que, de seguir así, recibiendo a quienes huyen de los tribunales por
causas diferentes, pronto tendrán que vérselas con un problema de más envergadura,
porque no deberían olvidar sus genuinos
y nefastos jueces que se trata de prófugos sin más, delincuentes de poca monta
que, intentando intelectualizar su caso, pretenden conseguir el apoyo de un
país que en ningún momento debió dudar de la Justicia de un socio comunitario.
De todas formas, como por el Sur solemos decir, arrieros somos y en el camino
nos veremos…