miércoles, 3 de octubre de 2018

TODOS A DECLARAR, ¡¡AR!!

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Ante la dejadez e inoperancia con la que actúa, en general, la clase política, asegurar que se ha deteriorado por completo, que ya no responde a las características para las que se crearon partidos políticos y organizaciones sindicales, es lo mismo que afirmar que le importa un pito el bien común, precisamente el objetivo por el que se supone acceden al poder y para el que se les ha dotado de medios de todo tipo, incluido el económico. Si no, nos costaría entender que ante sus narices y debido precisamente a su inoperancia, haya aumentado en cincuenta mil personas el número de las que viven con menos de 300 euros al mes. Es más, en Andalucía, un ocho por ciento son pobres de solemnidad. Además, por si faltaba algo, sepan ustedes que también ha aumentado el número de familias que viven mensualmente con menos de seiscientos euros. Extraña, con todo, el aparente estancamiento de las buenas intenciones que a este respecto muestran algunos de los partidos en tiempo electoral y que han propiciado el mal estado de nuestra economía y muy especialmente la de quienes, como hemos dicho, malviven con unos cuantos cientos de euros al mes y cientos de desembolsos a los que atender; entre ellos, comer, que no es poca cosa.

Naturalmente, si con esta perspectiva como referencia real de lo que ocurre a nuestro alrededor, vienen los gobernantes de la comunidad de Madrid y deciden intervenir en los ingresos de quienes piden caridad en las calles, a las puertas de las iglesias, de los supermercados y demás, el asunto se torna turbio, endiablado, absurdo y deprimente. Pero así es: la comunidad madrileña tiene previsto controlar estos atípicos ingresos porque, aducen, es muy probable que entre las ayudas que ellos le conceden y las que reciben de la ciudadanía, la fortuna que acumulen acabe siendo desproporcionada, ¡y hasta ahí podíamos llegar! Es posible que el consejero que controla los gastos e ingresos de Madrid haya creído las leyendas que suelen acompañar a estas personas, y que, según las cuales, hayan acumulado una fortuna millonaria a base de extender la mano y poner cara de estar muy necesitado, pero eso debía claro que formaría parte más de un sainete o cuento de hadas que de la realidad en la que se desenvuelven estas personas. Es más, ¿qué pretenden, que los céntimos que reciba los registre en un libro de ingresos, que lleve un control exhaustivo de gastos e ingresos para obligarlos a final de año a presentar la declaración de la renta?

No sabemos cómo acabará este penoso asunto y deseamos que sea un mal sueño, pero mucho nos tememos que la cosa vaya a más y no tardemos en ver a estas personas portando un aparatito electrónico conectado con la Hacienda madrileña en el que queden registrados los donativos que reciban diariamente. La disparatada idea, en principio,  sigue adelante. Entienden que como reciben dinero público, están obligados a declarar ingresos con el objetivo de conseguir un equilibrio que permita una distribución más justa. No obstante, el problema será controlar estos ingresos y, de hecho, este es el detalle que esperamos para poder cerrar el asunto con algo de credibilidad, porque estamos convencidos de que algunos de ustedes estarán pensando que hoy no acabamos de aclararnos.  Es más, si alguien conoce sistema apropiado, fórmula desde la que llegar hasta donde el gobierno madrileño quiere, es muy probable que sea contratado para su implantación y desarrollo. Desde luego, de lo que sí estamos seguros es que no van a crear  un sistema fiable y seguro que controle los excesos de quienes gestionan la comunidad. Por el momento, ellas y ellos, y no los indigentes, son los que se han llevado dinero público en forma de mordidas, de comisiones o de cogerlos del cajón que tenían al lado. Y es lo que decimos, se puede hacer el ridículo, pero tanto es para hacérselo mirar por un especialista.