Visto desde fuera, que es desde lo observamos
nosotros, lo de firmar pactos en política para cualquier cosa, y más si se
trata de un presupuesto general, como es el caso, desde luego que fácil no debe
ser. Y no debe serlo desde el inicio o por sí mismo por la complejidad de las
cifras que manejan los técnicos que lo confeccionan, que nada tienen que ver
con las que podamos hacer con nuestra economía doméstica. Luego, si a esto le
añadimos el estar obligados a buscar apoyos entre los miembros de un Congreso
que está mayoritariamente en contra por sistema, entenderán que el asunto
adquiere tintes casi dramáticos. No obstante, aunque hayan conseguido los
apoyos mínimos que necesitan para aprobar las cuentas generales del Estado, Bruselas
espera que se las envíen para revisarlas con lupa y, casi con toda seguridad,
llamarles a capítulo porque en esta o aquella partida se exceden en los gastos.
Finalmente, si enfrente no te faltan adversarios políticos que anuncian
catástrofes económicas para el país, que juran en atriles mitineros que España
se va al garete, que hay que convocar elecciones ya y que están frontalmente en contra de que se
aumente el sueldo mínimo interprofesional o cualquier otra subida de sueldos a
los trabajadores porque no lo entienden justo, ¡toma ya!, el caos está servido.
Por eso nos llama la atención de los políticos que, enfrascados en asuntos de
tanta trascendencia, en público muestren absoluta normalidad como forma de
desenvolverse ante la ciudadanía.
A nosotros lo que más nos llama la atención, sin
embargo, es la capacidad que tienen algunos de mentir, de menospreciar a
quienes no estén con ellos y sus postulados, que es lo que nos vienen a decir
algunos de los que nos visitan en busca de nuestros votos, porque aunque seamos
gente menor para ellos, aunque nos valoren a la baja como ciudadanos, aunque no
nos tengan en cuenta como pueblo, aunque nos observen como la reserva de los
indigentes y subsidiados del país, sí que son conscientes de que Andalucía
puede cambiar el rumbo del país por el peso específico que tienen sus
electores. De otra forma por esta tierra no vendrían y sus compañeros de
partido tendrían que apañárselas solos. Con todo, como consejo, debían acudir a
convencernos con la lección bien aprendida, no caer por nada del mundo en los calentamientos propios que se
producen en la lengua cuando hablas demasiado o simplemente no estás capacitado
para el mitin, porque los errores se pagan y en Andalucía, por si no lo saben,
tenemos muy buena memoria. Aceptamos que Sánchez Dragó o el mismísimo Raphael
dijeran que los andaluces somos tontos porque siempre votamos a los mismos,
pero que vengan líderes políticos de primera línea a decirnos lo mismo, el
asunto se complica y las consecuencias se multiplican. Además, dejando las
cosas claras para evitar desencuentros, en el caso concreto que nos ocupa,
cuando no se vota el partido que el líder en cuestión preside, no siempre puede
deberse al desconocimiento político que los andaluces tienen de él y sí a todo
lo contrario, es decir, a que conocen bien de quién se trata, que también hay
que tenerlo en cuenta. Es probable que entonces el entendimiento se imponga
entre las partes, partido y elector, y todo sea más fácil.
Como hemos dicho en otras ocasiones, en política, por
mucho que se empeñen algunos, no todo vale. Hay que ser cautelosos, sensibles a
las opiniones de los demás e intentar por todos los medios no hacer daño a
nadie porque no piensa como ellos. En el caso de Andalucía, que estos días
volverá a ser importante para los partidos nacionales circunstancial y
puntualmente, conocer sus necesidades, el estado real de sus ciudadanos o la
viabilidad de un futuro mejor desde luego que es mucho mejor que venir a
decirnos que este o aquel político es o no tal o cual enemigo de la patria.
Para eso están los tribunales; a los ciudadanos les interesa exclusivamente qué
quieren hacer con su voto. Y de eso, como norma, no dicen nada.