Lo de las grandes concentraciones de personas que usan
del Camino Viejo o de herradura para cumplir con su promesa de visitar el
santuario, ya sea andando o sobre caballos, yeguas o mulos, ha dejado de ser un
tema del que presumir o de pasión mariana para convertirse directamente en un
problema medioambiental de gran envergadura y no menos de una clara
demostración de falta de educación cívica que deberíamos hacer que nos lo
revisara un especialista. Lo del fin de semana pasado, como nos temíamos, ha
vuelto a demostrar que, además de subirse al animal, preparar las viandas,
dedicar algo de tiempo al aprendizaje, es imprescindible que los que eligen
esta opción asuman la responsabilidad que supone este recorrido en cuanto a no
dañar el medioambiente. El hecho de que no existan controles que les obliguen a
contener sus excesos, de que nadie les llame la atención sobre sus abusos y que
sea una gran mayoría los que practiquen lo de usar y tirar, está claro que
influye muy negativamente en el resultado final. Aproximándonos al recorrido el
día después, que es lo que hemos hecho, comprobamos con vergüenza ajena que a
no tardar se tendrán que controlar los desplazamientos que se realicen a pie o
sobre animales si no queremos perder definitivamente los tramos por los que
discurre el camino. El esfuerzo económico y de imaginación que se ha hecho por
parte de la Dirección del parque natural creando miradores, equipando espacios
de recreo, señalizando los caminos y mejorando el firme no ha servido nada más
que para que los destruyan en su totalidad.
Aunque parezca increíble, aún no hemos sido capaces
(si es que tenemos responsabilidad en la educación de algunos de los
peregrinos) de aceptar que mayoritariamente seamos nosotros mismos, los de
aquí, los que presumen de pasión mariana, de sierra, de paisaje, los que en la
práctica no pasan de ser unos simples maleducados en general y, en particular,
unos medioambientalmente inadaptados. Andújar, la sierra, no se merece
ciudadanos que practiquen este tipo de terrorismo, porque de otra forma no se
puede calificar su actitud. Plásticos, papel, latas, cigarros encendidos y todo
lo que les ha sobrado en el paseo forma hoy parte del paisaje e inicia la
cuenta atrás del daño que harán sobre el lugar donde hayan quedado, porque
recordemos que muchos de los elementos arrojados desde la atalaya del caballo
tardan millones de años en desaparecer. Y no nos sirven las opiniones que
quieren justificar su execrable actitud afirmando que quizá no sean conscientes
del daño que hacen porque no nos lo creemos. La información sobre el
medioambiente es más que suficiente para quienes quieren integrarse entre los
que cuidan lo que es de todos, los que guardan la botella o la lata vacía hasta
que encuentran un lugar en donde depositarlas.
Evidentemente, además de dinamizar formas de educación
medioambiental en el núcleo familiar, acudir a los colegios de forma regular a
conseguir la implicación de los más pequeños debía adoptarse como forma de
asignatura desde la que concienciar a quienes en poco tiempo, solos o
acompañados, recorrerán los caminos de la sierra. La situación real demanda
urgencia en la solución una vez comprobado que las decisiones que se han tomado
hasta ahora, casi todas ligadas a la aplicación del sentido común y a llamar a
las conciencias de quienes han demostrado no tenerlas, han servido de bien
poco. Por el momento, solo el gesto solidario que protagonizan las personas que
altruistamente dedican parte de su tiempo a limpiar el camino merece nuestro
aplauso. El resto, nuestro rechazo.