martes, 16 de octubre de 2018

MANO DURA CON LOS CONTAMINADORES

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Lo de las grandes concentraciones de personas que usan del Camino Viejo o de herradura para cumplir con su promesa de visitar el santuario, ya sea andando o sobre caballos, yeguas o mulos, ha dejado de ser un tema del que presumir o de pasión mariana para convertirse directamente en un problema medioambiental de gran envergadura y no menos de una clara demostración de falta de educación cívica que deberíamos hacer que nos lo revisara un especialista. Lo del fin de semana pasado, como nos temíamos, ha vuelto a demostrar que, además de subirse al animal, preparar las viandas, dedicar algo de tiempo al aprendizaje, es imprescindible que los que eligen esta opción asuman la responsabilidad que supone este recorrido en cuanto a no dañar el medioambiente. El hecho de que no existan controles que les obliguen a contener sus excesos, de que nadie les llame la atención sobre sus abusos y que sea una gran mayoría los que practiquen lo de usar y tirar, está claro que influye muy negativamente en el resultado final. Aproximándonos al recorrido el día después, que es lo que hemos hecho, comprobamos con vergüenza ajena que a no tardar se tendrán que controlar los desplazamientos que se realicen a pie o sobre animales si no queremos perder definitivamente los tramos por los que discurre el camino. El esfuerzo económico y de imaginación que se ha hecho por parte de la Dirección del parque natural creando miradores, equipando espacios de recreo, señalizando los caminos y mejorando el firme no ha servido nada más que para que los destruyan en su totalidad.

Aunque parezca increíble, aún no hemos sido capaces (si es que tenemos responsabilidad en la educación de algunos de los peregrinos) de aceptar que mayoritariamente seamos nosotros mismos, los de aquí, los que presumen de pasión mariana, de sierra, de paisaje, los que en la práctica no pasan de ser unos simples maleducados en general y, en particular, unos medioambientalmente inadaptados. Andújar, la sierra, no se merece ciudadanos que practiquen este tipo de terrorismo, porque de otra forma no se puede calificar su actitud. Plásticos, papel, latas, cigarros encendidos y todo lo que les ha sobrado en el paseo forma hoy parte del paisaje e inicia la cuenta atrás del daño que harán sobre el lugar donde hayan quedado, porque recordemos que muchos de los elementos arrojados desde la atalaya del caballo tardan millones de años en desaparecer. Y no nos sirven las opiniones que quieren justificar su execrable actitud afirmando que quizá no sean conscientes del daño que hacen porque no nos lo creemos. La información sobre el medioambiente es más que suficiente para quienes quieren integrarse entre los que cuidan lo que es de todos, los que guardan la botella o la lata vacía hasta que encuentran un lugar en donde depositarlas.

Evidentemente, además de dinamizar formas de educación medioambiental en el núcleo familiar, acudir a los colegios de forma regular a conseguir la implicación de los más pequeños debía adoptarse como forma de asignatura desde la que concienciar a quienes en poco tiempo, solos o acompañados, recorrerán los caminos de la sierra. La situación real demanda urgencia en la solución una vez comprobado que las decisiones que se han tomado hasta ahora, casi todas ligadas a la aplicación del sentido común y a llamar a las conciencias de quienes han demostrado no tenerlas, han servido de bien poco. Por el momento, solo el gesto solidario que protagonizan las personas que altruistamente dedican parte de su tiempo a limpiar el camino merece nuestro aplauso. El resto, nuestro rechazo.